El rock tiene a Nick Cave. La literatura a Charles Bukowsky. Si en España tenemos un artista maldito con final feliz dentro del mundo del cómic y la ilustración, ese puede ser el Santiago Sequeiros de 2021. Acaba de publicar, por fin, su monumental “Romeo muerto” (Penguin Random House), tras veinte años de trabajo en sus páginas no siempre constante. Pero con una visión clara o al menos incrustada en su personalísimo universo de esperpento y pesadillas. Vuelve la Mala Pena y demuestra que en el siglo XXI el cosmos de este autor de biografía errante y que ha vivido en Vigo no pierde vigencia. Charlamos con este autor de sombras como relámpagos.
-Deberíamos explicar a los lectores que, en sí mismo, el proceso creativo de tu nuevo cómic, “Romeo muerto”, bien merece una obra. Dos décadas ¿tortuosas o de meticuloso proceso?¿ Cómo se ha gestado durante todo este tiempo este cómic?
-Tortuosas, tortuosas… la primera década la dediqué a barruntar todo ese lodazal mientras me enterraba vivo en alcohol. Así que el libro fue cambiando de forma y sobre todo de perspectiva, sin perder la raíz y sin mover de lugar los elementos originarios; cambiaba el punto de vista. La idea originaria era la misma, pero tirando del hilo de esa idea me llevaba a un lugar más profundo y la realidad misma de la idea cambiaba. Lo que en origen iba a ser la historia de un hombre que vivía encerrado dentro de los rescoldos de su amor muerto, se convirtió en la historia de un hombre que vive enterrado dentro de su propio cadáver descompuesto por el alcohol, y que usa su historia de amor perdida como coartada para quedarse ahí dentro, bebiendo y pudriéndose. Durante ese tiempo, rellené cuadernos que llevaba siempre conmigo con notas, bocetos, disgregaciones… había un poco de todo; y en paralelo llenaba una carpeta con folios donde encajaba las escenas en una especie de storyboard. Todo esto lo hacía de manera tumultuosa, a ráfagas. Perseveraba en ello, pero no de forma constante, ni reglada. Al principio no tenía donde dibujar, vivía dando tumbos entre casas de amigos; después no encontraba tiempo para hacerlo, trabajando como ilustrador; en todo momento estaba borracho… “Romeo muerto” era algo que usaba como coartada para escabullirme de la realidad, de los apremios de la vida, mientras me ocupaba de lo único que de verdad me interesaba, que era mi próxima copa. En mi cabeza rota, “Romeo muerto” le daba sentido a mi alcoholismo. Aquello duró, más o menos, hasta el 2007.
Del 2007 al 2010 apenas hay rastro de Romeo, sobrevivo como puedo de ilustrador y bebo a tumba abierta hasta mediado el 2010 cuando ya me apago del todo; paso un año encerrado en mi piso bebiendo desde la cuatro de la mañana, que me despierta el mono, hasta la hora en que vuelvo a quedar inconsciente en el sofá. Durante ese año ahí no quedaba ya nada, ni un rescoldo de mí mismo, incapaz de cualquier cosa que no fuera tomar un trago. Alcohol y fantasmas; el mundo había desparecido por completo y sólo quería que acabara todo de una vez. Aquel año toqué fondo.
-Eras un autor de culto al que muchos admirábamos, y queríamos verte “de vuelta”.
-A finales de septiembre de 2011 me desintoxico y, esta vez, acudo a una asociación de alcohólicos como último recurso y empiezo a hacer terapia de grupo. Después, a partir de 2012, empieza el proceso de trasladar el storyboard de la historieta a las planchas. Lo primero que me encuentro es que mucho de lo escrito era reiterativo, como todo monólogo borracho. Me recordaba a la secuencia aquella de “El Resplandor”, cuando la esposa se asoma a la máquina de escribir del marido y resulta que el marido no había escrito una mierda. Así que la segunda década me he dedicado, básicamente, a reparar lo irreparable y a bucear en su verdadero significado. He ido reescribiendo, o sobre escribiendo, depende cómo se mire, prácticamente hasta el final, incluso encima de las planchas ya hechas. En el aspecto gráfico, lo mismo: tuve un primer “Romeo muerto” de 62 páginas en el años 2013 o 2014 y un segundo libro de 84 páginas en 2016. Luego volví al principio y empecé a retocar cosas; tapaba zonas de las viñetas con acrílico blanco y volvía a pintar encima con tinta, añadí elementos, personajes. Me fui enredando y aquello acabó como el rosario de la aurora. Me recordaba un poco a cómo funcionaba mi cabeza cuando bebía, que no paraba de remover el mismo pensamiento, como un pez que se muerde la cola. La inercia era similar, pero al estar sobrio y ser consciente de ello trataba de sacarle algún partido, trataba que ese impulso contara, que se produjeran variaciones. Para abreviar, los originales de “Romeo muerto” parecen ahora mismo campos de batalla, hay dibujos enterrados bajo otros dibujos, como si fueran estratos. Y casi se pueden mantener en pie. Lo cierto es que todo ha sido bastante demente.
-Siempre he pensado que si la novela gráfica es un cómic adulto, de fuerte poso autoral y que cuida el formato de edición con tendencia al relato en un único volumen, en ti hay un pionero.
-Un pionero de la precariedad, en todo caso. Eran los años 90, las revistas de comic adulto habían dejado de ser un soporte viable para pensar en desarrollar algo parecido a una carrera en esto de la historieta. Publicaba en el Tótem, el Comix, que pertenecía a Toutain, y ya desde la tercera historieta me habían dejado de pagar. Yo quería hacer una historieta más ancha, más páginas para desarrollar las escenas y que respiraran más, y meter dentro todo el universo de La Mala Pena, que hasta entonces había estado desgajando en historias cortas para la revista y me parecían muñones. Aparecieron pequeños editores independientes que no te pagaban nada pero que te dejaban ir a tu aire, y si sonaba la flauta, luego se hacían las cuentas. Yo todavía era joven, estaba estudiando, vivía de mis padres, y aproveché esos cinco años de estudios de diseño gráfico para hacer “Ambigú”, “Nostromo Quebranto” y “Tó Apeirón”, y volcar en ellos todas mis máscaras. No tenía nada que perder y sabía que no había nada que ganar, al menos para mí, por mis propias limitaciones.
Por otro lado, respecto a los formatos, el continente me parecía, conceptualmente, tan importante como el contenido, y comercialmente, ya te digo, no había gran cosa que ganar, así que podía imponer la portada de un libro sin dibujo, sólo con el grabado de una mosca crucificada en una cruz dorada sobre un fondo negro e irme a las cien páginas como en el caso de “Ambigú”; o empeñarme en sacar un tebeo en formato A3 para que se percibiera lo árido, el vacío y la desolación de lo que estaba contando en “Nostromo Quebranto”, que se pareciera a una inmensa casa vacía.
Todo eso me lo pude permitir porque era un chaval que vivía de sus padres mientras estudiaba. Cuando acabé los estudios se cerró el grifo y se acabó producir tebeos.
-Toda tu obra, aquella y este Romeo, gravita alrededor de un lugar que es un no-lugar, la mala pena. ¿Qué es la Mala pena para su autor?
-Es el no-lugar que ocupa mi cabeza, el reflejo distorsionado de una psique maltratada que escarba y escarba buscando de dónde proviene, una amalgama de espejos rotos, máscaras donde esconderse del vacío, rincones donde expresar mi dolor, cadáveres bajo las alfombras.
En un plano alegórico, es una ciudad fluvial fundada alrededor de un cementerio donde cuatro sepultureros borrachos enterraron a Dios padre en la tierra de la Madre sacrificada. A ese lugar van a parar los despojos pre-racionales que nadie quiere, encarnados en unos personajes grotescos, desajustados, irresolubles; cuerpos de literatura, ideas buscando su forma.
También podría decirte que parezco Joe Gould, engañándome con que estoy escribiendo la historia oral de La Mala pena. Esto es, la historia oral de mí mismo. ¡Demonios! Ni siquiera sé quién soy.
-Y en ese lugar, en esa fantasmagoría de sentimientos, se entrelazan historias no siempre sencillas. A veces parecen, antes que relatos coherentes, deshechos de historias, sentimientos por historias vividas que no se nos explican.
-Lo verdaderamente vívido huye del relato. El relato viene después y requiere de una intención clara y precisa, busca un objetivo y para ello discrimina aspectos problemáticos de la historia, tiende a simplificar. Yo no tengo nada claro el objetivo de lo que hago, exceptuando el hecho de que continuamente estoy sublimando aspectos problemáticos de mi personalidad escondiéndolos bajo la máscara de mis personajes, y que éstos se revelan por mecanismos de ocultación. Paradójicamente, eludir el relato me acerca a la raíz de lo que estoy contando, a expresar la substancia. También creo que nuestros recuerdos no son más que deshechos de historias. Y que en lo que el relato deshecha para poder explicarse es donde se encuentra lo verdaderamente interesante, el nudo del problema.
-En tu juventud viviste una temporada en Vigo, corta, pero a mí siempre me dio por ver un poso muy gallego en tu universo… De hecho nuestro Casco Vello antes de su gentrificación, aquel turbio, de garitos añejos habitados por perdedores, drogadictos, bohemios, restos de la movida viguesa, decadencia y brillo en el fondo del vaso de tubo, huevos cocidos de tapa al aguardiente… me ha parecido encontrar su reflejo en alguna de las caras de tu obra. Ese gusto por los contactos entre extremos con un toque muy Valle Inclán.
-Es raro, sí. Porque sólo fueron tres años viviendo en Vigo, a mediados de los 80. Pero aquella ciudad me impregnó profundamente, quizá porque tenía catorce o quince años y esa es la edad de las revelaciones y la magia. Recuerdo que en el casco viejo las prostitutas se movían entre restos arqueológicos romanos y que un día fui con un amigo del colegio a su casa y vi encima de la mesa del salón una cabra que se habían traído de la aldea. Ese tipo de cosas, tan chocantes, que se tomaban de forma natural, son más que probables semillas de La Mala Pena. Aunque La Mala Pena tomó forma y significación al mudarme de Vigo a Sevilla, igual debido al contraste brutal.
-En aquellos años imagino que conociste al guionista Carlos Portela, con quien colaboraste en tus inicios.
-Sí. Compré un fanzine llamado “Interlínea”, tenía una dirección y aparecí en casa de sus padres preguntando por el editor, sin avisar. Tenía 14 años. Carlos me abrió su enorme biblioteca, recuerdo esa habitación como si fuera ayer, una pequeña pieza rodeada de estanterías hasta el techo, una mesa camilla en el centro y detrás la ventana por donde entraba la luz. Tebeos por todas partes, franceses, italianos, americanos. Flipaba. La primera noticia que tuve de José Muñoz me la dio Carlos cuando le mostré unas páginas rollo cine negro que había hecho imitando el estilo de Steranko en “Atmósfera Cero” y él me mostró el “Alack Sinner” de Muñoz y Sampayo. Cada visita era un descubrimiento, cada tebeo una revelación. Iba a su casa cada semana, me prestaba sus tebeos, todo tipo de tebeos, que devoraba al volver a casa. Carlos me descubrió “El Exterminador de Cucarachas” de Tardi, uno de mis favoritos. De Carlos Portela aprendí de tebeos lo que no está escrito, creo que es una persona capital en mi vida.
–Por cierto, ¿llegaste a publicar en prensa viguesa, o en algún medio gallego, en aquella época?
-Hostia, sí, es verdad. En “El Faro de Vigo”. Los domingos. Aquello era inenarrable, menos mal que entre mudanzas lo he perdido todo, jajaja. Tendría 15 años, siempre olvido mencionarlo pero aquellos fueron mis primeros trabajos remunerados. Eran algo más que malos.
-Volviendo a “Romeo muerto”, este cómic habla de ti en el contexto de una obra-río, al menos desde Ambigú (editado en los noventa). ¿Se plantea la posibilidad de reeditar obra previa? La pregunta quizá debería ser si se puede, si existe el material…
-Todavía no se plantea. A veces pienso en ello, como deseo; pero nadie me lo ha planteado en serio y tampoco veo que sea algo como coser y cantar, la verdad. Para empezar, los materiales originales están dispersos, algunas páginas las vendí y no recuerdo a quién porque andaba como andaba, abrazando farolas. Por otro lado habría que preparar la edición, escanearlo todo, limpiarlo, maquetarlo, diseñar los libros… un trabajo ingente que nadie quiere pagar porque no está claro que compense económicamente hacerlo.
-Eres un autor que viene de una época, los primeros noventa, saltándote todo el boom aquel de la novela gráfica de 2006, 2010… y que irrumpes con “Romeo muerto” en un paisaje muy distinto, ¿en qué has sentido, como autor, este cambio entre aquellos noventa y el panorama editorial en 2021?
-Parece que siempre me pierdo todo lo bueno, sí. Aunque lo dudo. En lo sustancial, no he notado demasiados cambios. Me he empeñado en hacer mi tebeo, lo he acabado a mi modo, he sufrido y disfrutado a partes iguales, me ha llenado y vaciado, he encontrado significación y sentido, y desconcierto; y por último he conseguido publicarlo con algunas dificultades, como siempre. Escribir y dibujar mis historietas de La Mala Pena me compensa de un modo que no puedo explicar, funciona por retroalimentación, aunque no sirva para nada. Hacer tebeos sigue sin tener nada de lógico, no esperaba menos. Pero no puedo concebirme de otra manera que no sea a través de la historieta.
-Te han comparado con David Lynch, con Ballard, con el Frank Miller más personal, con Muñoz y Sampayo o con Charles Burns… pero se habla poco de tu influencia en nuevas generaciones, que yo veo claramente en autores como David Rubín. No eras “famoso” pero sí enormemente respetado y añorado. ¿Te sientes cómodo en ese aura de autor de culto?
-Me siento halagado y agradecido, sobre todo.
-Dinos que tenemos Sequeiros para rato, ¡parece que “Romeo muerto” está siendo un éxito!
-Para responder a eso del “éxito”, mejor esperar a final de año, que es cuando las librerías empiezan a devolver los libros que nadie quiere y las editoriales cuadran resultados. Lo único que percibo es ruido y expectativas, mejor eso que nada; pero de todas las ilusiones, las peores son las ilusiones sentimentales. Así que seguiré a lo mío, sosteniendo en lo posible mi propio ritmo zumbón, escribiendo y dibujando mi próxima historieta mientras me dedico al trabajo que me da de comer, que es la ilustración, a nadar en el mar, a bucear entre sábanas y a mantenerme sobrio.