Las 250 entradas invitaban a un «concierto sorpresa». El evento fue tan inesperado para el público como para el artista, que entró en el emblemático local La Iguana pensando que iba a salir de copas con sus amigos. El miércoles 25 de enero de 1995 Manu Chao bramaba en Vigo ante Fran Asenjo por un concierto sorpresa que desconocía. «Estaba cabreadísimo», confiesa entre risas. El músico vigués, antiguo propietario de La Iguana Club, se pasó la noche pidiéndole perdón.
El ambiente singular del club acabó sofocando la rabia del parisino, que no solo interpretó un espectáculo histórico. Fran, Manu y algunos seguidores salieron de fiesta, «ya sabes, hasta que aguantó el cuerpo». Y trabaron una amistad que culminó en un episodio tan intenso que todavía eriza el vello de su antebrazo. Pero vamos por partes.
La primera vez de Manu Chao en Vigo: encerrona y desmadre
Manu Chao y Fran Asenjo se conocieron en 1987 cuando el vigués trabajaba en El Manco, uno de los primeros bares de Churruca. Era la primera vez que venía a Galicia. Tocaba en Vigo con Los Carayos, una banda anterior a Mano Negra. No venía a promocionarse sino a conocer sus raíces, la tierra de su padre exiliado en Francia. El periodista lucense Ramón Chao no regresó, pero su hijo lo hizo por él en muchas ocasiones.
La segunda vez que tocó en Vigo ya llenaba polideportivos de todo el mundo, pero entró en La Iguana de puntillas, sin hacer ruido, como lo hacen las figuras que se convierten en leyenda.
Una encerrona
«Ese concierto fue una encerrona para todos, unos amigos en común me propusieron traerlo y acepté encantado, pero no tenía ni idea de que él no sabía nada.Se puso furioso«, cuenta Fran Asenjo. Sobre el escenario en el que el líder de Mano Negra no estaba dispuesto a subirse tocaba el grupo vigués Takadum. Mientras Manu Chao, iracundo, se «cagaba en todo» de un lado a otro de la sala ante un concierto sorpresa en Vigo con el que no contaba. No había salido para trabajar.
Finalmente los ritmos del conjunto de percusionistas apaciguaron a la fiera que rugía en sus entrañas. La euforia de sus seguidores lo colmó de energía. Fran le dejó caer que tenía una guitarra y un amplificador en el camerino y así fue como detonó uno de los conciertos más salvajes y viscerales que recuerda el club.
El francés, armado con la guitarra de Asenjo, se subió al escenario y el eco de los gritos del público todavía resuena en la memoria colectiva. Aquella noche de invierno La Iguana fue Patchanka.
Tres conciertos salvajes
Llevaba casi una hora acompañando con energía los ritmos de Tucumán como si de uno de sus integrantes fundacionales se tratara. Se vino arriba, agarró el micrófono y se puso a cantar mientras el público coreaba su nombre. Antes de despedirse recordó a los asistentes que la fiesta continuaba previo paso por el backstage.
Allí aceptó una de las pocas entrevistas de su carrera, la que se reproduce en este artículo de VIGOÉ. Después del concierto, Chao se fundió con el público y con el personal de La Iguana, entonces sí se dio al disfrute de la noche viguesa y alternó con sus gentes hasta una hora indeterminada en la que ya brillaba el sol.
En la entrevista anunció que volvería en carnaval ese mismo año. «Pero en plan no oficial, solemos hacerlo (conciertos sorpresa) por el puro goce de tocar en sitios pequeños. Nos ponemos otro nombre para que no se corra la voz (…) y aún así mira lo que pasó hoy, no sabía que iba a tocar y me habló gente que vino de Santiago, de Coruña, de Porto…». Cumplió su palabra, volvió y tocó dos noches seguidas en el mismo local, en febrero de ese año, pero también de forma clandestina. «Para mí los bares pequeños son estadios», sentenció.
«Viene Manu Chao, no se lo digas a nadie»
Billy King, actual propietario de La Iguana, explica que su figura causaba tal expectación que no lo dijeron, en parte, por evitar el caos. Lo contaron, eso sí, a algunos de sus clientes habituales. «Viene Manu Chao a tocar en carnaval en Vigo, es un concierto sorpresa, compra la entrada, pero no se lo digas a nadie». El Carnaval de 1995 en las inmediaciones de la plaza de Portugal fue un avispero.
La entrevista exclusiva en el camerino
El fundador de Mano Negra, de espíritu rebelde e inconformista, irradiaba una sensibilidad tan afilada como un arma blanca: con ella dio forma al legado artístico que lo encumbró, con ella se hacía daño, como suele ocurrir a todos aquellos que ven más allá de lo evidente. Se frustraba ante el yugo del establishment de la industria musical: «Si la fama es esto nos estamos perdiendo la vida», declaró.
La música no parecía ser su profesión sino su misión. No vivía para tocar y, aunque puede que tocar lo mantuviese vivo, su esencia no tenía nada que ver con los protocolos establecidos: «Mano Negra vendrá a Vigo, pero no a polideportivos», advirtió. «Consideramos que si las giras clásicas son una rutina para nosotros, también lo serán para el público y ellos se merecen otra cosa«.
Confesó abiertamente lo que creía que iba a hacer esa noche antes de llegar a La Iguana: «Probablemente ir a Pontevedra a tomar unas copas con los amigos pero vinimos a Vigo. Pensé que porque estamos mirando locales por aquí y esta ciudad tiene buena onda».
Volver en Carnavales
En aquel momento no tenía del todo claro que volvería en Carnavales, y no parecía que su intención fuera tocar en el mismo escenario, pero si algo caracteriza a Manu Chao es su impredecibilidad: «Volveremos, pero quizás no a Vigo sino a un pueblo de la zona, quizás podamos aparecer de repente y actuar, no sé, en una verbena«.
Estaba buscando estudios de grabación porque «ya que pasaban por aquí, por qué no quedarse una semana y grabar con grupos locales». Los mandamientos para elegir el espacio sí eran predecibles: «Queremos estudios pequeños, sin mucha infraestructura«.
Las giras tradicionales también lo aborrecían: «Estás 5 días en un país, cinco en otro… y te das cuenta de que has dado la vuelta al mundo pero que en el mundo no has hecho nada«.
Esa vida, confesó, los había cansado. «Cuando venimos, venimos. De qué sirve ir a un país para no conocerlo, a Colombia le hemos dedicado un año. Ya somos de ahí. Hemos tocado en lugares donde ningún grupo colombiano lo ha hecho y hemos dado nuestro tiempo al país, hemos aprendido de él».
«Váyanse todos, déjenme solo con él»
Asenjo habla mirándose a los ojos con sus dos iris teñidos de nostalgia, transmite con sentimiento la intrahistoria de la escena musical de una época tan oculta como viva en los pliegues de su memoria. Desprende la inteligencia de los humildes, por eso sus palabras se le despegan poco a poco. Utiliza pocas, las que merecen la pena.
No habla alto para que se le escuche mejor, como los guardianes de las buenas historias. Es uno de los engranajes que giraron entre los bastidores de la movida viguesa y la hicieron posible. Quizás por eso mientras camina por Churruca quienes se cruzan con él no lo saludan, lo abrazan.
Amistad
La expresión de sus facciones lo delata cuando habla de la amistad que entablaron. Evoca un recuerdo que aún escuece en alguna parte. Cuando Manu Chao lo llamó para contarle que estaba en Baiona e invitarlo a pasar una noche con él y un denso grupo de gente, el vigués estaba muy deprimido: «Todo me iba bien, eran temas personales. Era por amor».
El dolor era tan agudo como el instinto de su anfitrión, que al verlo alzó la voz y se dirigió a la decena de personas congregadas: «Váyanse todos, déjenme solo con él». Le sirvió una infusión que no sabe describir, una suerte de brebaje de hierbas que, según le confesó, se tomaba antes de cada directo como medicina para calmar el alma.
No reveló los detalles de la charla, se limitó a describir su empatía y la manera en la que el francés se identificaba con sus sentimientos. Lo escuchó y lo aconsejó como lo hace un viejo amigo. Manu Chao en esencia, cercano, íntimo y clandestino, detuvo la fiesta y se quedó a solas para arropar a un corazón roto. Los demás se quedaron fuera, como los polideportivos en sus prioridades, como la rutina de los protocolos. Manu Chao, como Antoine Saint Exupery prefiere lo esencial, que en este caso no es invisible a sus ojos, y quizás no haya olvidado su concierto sorpresa en Vigo un 25 de enero de 1995.