Estamos acostumbrados a que los fastos veraniegos supongan, en lo melómano, el acercamiento a Vigo de relumbrones con escasísimo interés musical real. Llenan estadios sí, pero son o bien viejas glorias apolilladas, o bien jóvenes productos prediseñados y sostenidos por una casa discográfica crea-iconos (a los que ampara y abona inyectando publicidad y dinero para que su “producto” luzca como un faro pertinaz, pesado e insistente, en la radiofórmula).
Sin embargo hay casos que rompen esta norma y nos visitan nombres en los que la fama mundial está sostenida en una carrera talentosa, en una obra mayúscula y una personalidad musical singular e intransferible. Franco Battiato (Catania, 1945) es uno de ellos. Con una discografía vastísima que se inaugura en 1965 y llega hasta el presente (su último disco es “Joe Patti’s Experimental Group”, del pasado 2014), su hoy es rico, inquieto y exigente.
Battiato llenó ayer el Auditorio Mar de Vigo y le presentó a su público un espectáculo imantado, gravitatorio, que atraía al espectador con una música de exquisitez compleja. Sobre un escenario austero, sin adornos, sin pantallas, sin atrezo, el italiano se plantó sentado en una tarima y no se levantó hasta los bises. Cantó así sin hacer gestos a la galería con sosiego y temple,con su particularísima voz algo ajada por la edad (setenta años ya) y con un dominio del escenario absoluto. Sin tocar instrumentos, concentrado en las canciones y en dirigir con las manos a su banda. Le custodiaban dos músicos con cachibachada electrónica y un piano de cola, y un cuarteto de cuerda. Y con este esqueleto electro-clásico desarrolló un set misterioso, bucólico y muy especial. Agradeció el calor de su público (entregadísimo y emocionado hasta las lágrimas, y no es una frase cursi si no una realidad: la gente lloraba) y regaló hasta tres bises.
La sustancia, la chicha subyacente fue comprobar cómo su repertorio, no solo el actual (que se sujeta, claro, a sus últimas investigaciones sonoras) si no también temas antiguos y tan famosos como “Nómadas”, se remodelaba sobre las tablas según los patrones estéticos del último Battiato. Esto es, el italiano no ejecuta una operación de naftalina. El autor de “Yo quiero verte danzar” no pretende que cualquier tiempo pasado fue lo que hoy importa, si no demostrar que ese pasado forma parte de su presente vivo, y que este transforma a aquel. Así su música adquirió una vida propia, y efectivamente, muy “viva”: cero naftalina, nada de caspa. El directo de ayer no fue una misa fofa para el recuerdo de un artista que fue importante, ejecutada para masajear la mitomanía de fans. Evidenció, muy al contrario, que el Franco Battiato de 2015 es una estrella muy viva. Todos los músicos deberían tomar la lección de ayer.
El icono de un pop europeo culto, personal y nada complaciente sentó, en fin, cátedra con un concierto en el que sonó el siguiente setlist.
L’ombra dela luce
Le sacre sinfonie del tempo
Il re del mondo
L’animale
Lode all’inviolato
Stati di gioia
Un irresistible richiamo
Passacaglia
Te lo leggo negli occhi
La chanson des vieux amants
Secondo imbrunire
Niente è come sembra
Nomadi
Prospettiva Nevski
Fornicazione/No time no space
La cura
L’era del cinghiale bianco
E ti vengo a cercare.
A los que se sumaron los citados tres bises.