Después de casi dos horas y media de concierto Manuel, a sus 71 años y con una emoción rascándole la garganta, describe el espectáculo de Joan Manuel Serrat en el Parque de Castrelos de Vigo como “la despedida de un artista que sale al escenario para desnudarse ante sus seguidores”. Serrat, dice, “es poesía y hemos asistido al retablo de sus entrañas”.
Su mujer Maria Jesús, de 71 años, no puede contener las lágrimas en una noche que define como “la mejor y la peor de su vida”. Dice de «El Nano» que es su “Dios, credo y su religión” recuerda cómo hace 50 años la hizo ser consciente de realidades de las que entonces no se podía hablar: “Yo soy de barrio y él siempre cantó la realidad que vivía el pueblo”. Lamenta que «le faltaran canciones, las más combativas, el Serrat de la canción protesta», pero se postró ante él cuando cantó Pare, una composición de 1973 en la que denuncia el silencio ante el cambio climático: “Fue un precursor, el artista más importante del siglo XX”.
Abel Caballero presentó al cantautor ante los millares de almas que quisieron reunirse con él en su gira de despedida “El vicio de cantar”. Serrat correspondió la a la entrega de los vigueses entonando su célebre adaptación del poema de Miguel Hernández, ‘Dale que dale’. El comienzo, tan simbólico como emotivo, desencadenó una ovación que volvería a repetirse con ‘La nana de la cebolla‘.
El trovador hispano homenajeó, como acostumbra, a los poetas que le pellizcaron el corazón y afilaron su urgencia por traducir el lenguaje de las emociones: Antonio Machado, Neruda, Benedetti, Cernuda y Lorca. Vistió al público de versos mientras se desnudaba ante él mediante confesiones inéditas: los personajes de canciones que nunca existieron y los que sí lo hicieron porque: “Todas y todos seríamos mucho más pobres sin las historias y mentiras que nos ha regalado la ficción”.
La cita precede a la cuarta pieza que interpreta: ‘Romance de Curro El Palmo”, la canción favorita de Rosa (51 años), que escucha a Serrat desde que era niña en Uruguay. Se lo ponía su padre. Cabe recordar que El Nano se exilió América Latina, concretamente en México, perseguido por una dictadura a la que hería su honestidad, dejó su impronta en el continente y fue el primer español en “hacer las américas” a finales de la década de 1960.’
Vigo despide a Serrat pero ella no, volverá a encontrarse con él en Barcelona, la ciudad natal del artista donde dará su último concierto. Su hijo Aldo, de 31 años, la acompañará, como el domingo 10 de julio en el histórico concierto del Parque de Castrelos. Madre e hijo eran, junto con sus amigos María y David, la nota de color entre un público que se rendía a los pies del compositor ante el escenario. Ese grupo capaz de poner al propio artista la carne de gallina con su entrega, esos seguidores que no dudan en ponerse de pie y desentonar entre la multitud para cantar, saltar, desembarazarse de las angustias de la vida y entregarse al espectáculo. Un público que acompaña y nutre, que despierta y late.
María (31 años) se conmovió con Mediterráneo, considera que el certamen que la declaró “Mejor canción popular española del S.XX” había elegido al mejor himno para la sociedad. La pulsión que movía a Jon, de 31 años, era el recuerdo de su padre: “Recordarlo me hizo llorar cuando empezó el concierto”.
Ellos atestiguan la condición de artista transversal de Serrat, cuya forma atemporal de decodificar el sentir encadena a generaciones que parecen irreconciliables. En un determinado momento el cantautor citó a Gabriel García Márquez: “La vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Serrat siempre negó su interés de pasar a la historia como la leyenda en la que se convirtió, pero lo hará por conocer y transmitir el esperanto de las emociones: “He hecho música, no solo para expresarme sino sobre todo para comunicarme con los demás. Mi canción no es un silbido solitario sino una canción colectiva”, confesó el catalán en su último concierto en Vigo.
El concierto en el que Serrat resume su vida
Uno de los paseos conmovedores del niño de Poble Sec por su biografía llegó con una nana, ‘Canço de Bressol‘. Contextualiza la pieza hablando de su padre “un anarquista y una gran persona”, pero sobre todo de su madre: “Una mujer que se dedicaba a lo que se llamaban sus labores, o sea, que trabajaba como una mula y mientras escuchaba la radio completaba el salario familiar confeccionando pijamas. Esta canción y tantas otras se las compuse a ella, pero esta se inspira en la que me cantaba de pequeño”.
Entonó la pieza en catalán y la traducción se proyectaba tras él. El detalle que recuerda uno de los rasgos más irreverentes de un cantautor que, deliberadamente o no, se empeñó en cantar en catalán cuando estaba prohibido y hacerlo en castellano cuando estaba mal visto en su tierra. Un “judas” para todos por ser siempre fiel a sí mismo.
El artista interpretó sus temas más legendarios: desde Lucía a Mediterráneo para concluir con Penélope, una elección que parece intencionada después de un viaje a Ítaca de 50 años sobre el escenario.
Eva Amaral, la gran sorpresa de la noche
Las canciones, cuenta el artista en pleno concierto, “están hechas de recuerdos, y los recuerdos de emociones, por eso tengo una sorpresa que no conoce nadie, ni siquiera el alcalde de Vigo”. Entonces una brillantísima Eva Amaral subió al escenario ante un público atónito y cantó ‘Es caprichoso el azar’ a dúo con Joan Manuel Serrat.
Las pantallas de los móviles iluminaban los rostros de los asistentes, que, llevados por la ansiedad de materializar ese recuerdo, olvidaban que detrás de sus smartphones ocurría lo realmente importante.
Serrat se despidió de Vigo confesando a sus seguidores que no forma parte de ese “extraño grupo de gente” que quiere morir sobre el escenario: “Yo quiero palmar de la forma más discreta posible”.
El catalán todavía reniega de la nostalgia pero esta noche en la ciudad olívica rinde culto a la memoria: “Cuántos recuerdos me vienen a la tripa al recordar a todos los que me han acompañado en el camino en esta ciudad maravillosa… Galicia, Vigo, se puede dejar de cantar pero no se puede dejar de sentir lo que uno ha experimentado”.