La pieza termina en una suerte de fade out en vivo donde los sonidos se apagan lentamente y perduran unos toques estertóreos de Currie, hasta que se hace el silencio total. La cuestión y la anécdota fue que durante ese lapso de ausencia de música, y con el director alzando aún su batuta, una persona en el teatro García Barbón rompió en aplausos encendidos. Solo él, e insistente, hasta que otra persona le bufó desde las gradas para que parase de una vez: la obra no había concluido. Efectivamente, a los pocos segundos el director de la OSG dejó caer sus brazos y entonces sí, el auditorio rompió en aplausos.
Sirve este ejemplo cercano, en el espacio y el tiempo, para explicar que los conciertos de música clásica son más protocolarios que una boda gitana. Pero menos divertidos. Me refiero a las actitudes circunspectas, una suerte de baile inamovible entre el público y la orquesta donde cada gesto se mide, cada saludo por sincero que sea en el director obedece a un gesto ritual visto mil veces. Y donde el respeto del oyente es absoluto, de modo que el veredicto final no pasa por la exaltación. En un concierto de la vergonzante Isabel Pantoja (esas maravillosas músicas que a menudo nos visitan en Vigo y que el sufrido periodista debe cubrir muy a su pesar) una señora de unos sesenta años largos, delante de servidor, se levantó en medio de un tema y le gritó a la hoy presidiaria un emocionado «¡Guapa, llévame contigo!». Eso jamás lo verás en un concierto de clásica, pero quién sabe si en uno de Ara Malikian una chavala con el humor y desparpajo necesario no le tirará los tejos al violinista libanés desde primera fila.
Ara Malikian
Ara Malikian actuó ayer en Vigo, un viernes 13 nada gafe, y resultó un espectáculo donde se mezcla el virtuosismo del solista clásico con una actitud totalmente rock. Podría hacer bolos de clásica ortodoxa pero su repertorio hace copular juntos y gozosamente a Sarasate con Radiohead en un show donde caben composiciones propias, clásicos barrocos y versiones de Paco de Lucía. Interpreta con virtuosismo, insisto, pero sin asomo de sonrojo, palos antagónicos nivelados en un espectáculo donde Malikian habla con el público, bromea continuamente («Me encanta estar en Vigo, desde aquí estáis en completa oscuridad y no os veo, pero seguro que sois guapísimos», dice al saludar al inicio). Su show se potencia con una cuidada iluminación, y un juego de lámparas colgantes sube y baja para engalanar según qué temas. Su sexteto de cuerdas y percusión, y él mismo, son excelentes músicos pero pasan su aparato instrumental por la amplificación. Tiene sentido porque en algún tema (compuesto por el propio Malikian) emplea efectos de loop y reverb. El violinista toca su instrumento sin parar quieto. Siempre sonriente, se traga cada esquina del escenario como si de un Mick Jager se tratase: salta, se tira de rodillas, corre de un lado al otro, abandona las tablas para tocar entre el público, pide palmas… es, como dirían los escoceses Mogwai, una verdadera «Rock action» aplicada a la música mal llamada «culta».
En este contexto no existe un aplauso fuera de lugar, no hay un protocolo que respetar. Y sin embargo el respeto al virtuosismo fue absoluto. Pese al asombro que provocaba Malikian, la actitud del público era silenciosa y atenta, nada de gritos aprobatorios o palmas improvisadas hasta que el tema concluyese. Había que escuchar a Malikian como hay que escuchar a una Ana Sophie Mutter ejecutando «Meditación de Thais, de Jules Massenet». Lo más importante que ofrece Malikian no es en fin su enorme calidad, su virtuosismo o esa rugosidad especial que lo convierte en un intérprete temperamental, moldeado por el folklore de su Líbano natal, amante por igual de Bach, de las canciones de bodas zíngaras y de Björk. El logro de Ara Malikian ha sido salirse de los circuitos de pompa y circunstancia, que diría Edward Elgar, y hacer vibrar a un teatro absolutamente colmado («entradas agotadas», rezaba un cartel en taquilla una hora antes de la apertura de puertas), respetando y al tiempo riéndose de los tics que han alejado a la clásica de otro público. Malikian, en fin, demuestra que con una orientación contemporánea, y si se quiere, de show mediático, un fan de Animal Collective o de Manos de Topo puede disfrutar con Manuel de Falla.