Así fue la carrera del cantante de Brixton, una carrera contra la obviedad, un constante flujo de sorpresas, personajes, estéticas y estilos, donde ha cabido la obra menor, los períodos de secano creativo, claro que sí, pero donde sobre todo han abundado las obras maestras. Y cuando digo obra maestra me refiero a esos trabajos de excepción, cotas inalcanzables por la mayoría de los mortales, piezas que reconstruyen ya no solo la historia de la música popular si no la sociedad entera. The Beatles en los sesenta lo hicieron. Bowie, en los setenta, también.
Mi relación con la carrera del llamado «Camaleón» es esquiva. Apenas tengo un par de sus discos. Pero David Bowie juega una liga superior, esa que es tan importante, inoculada en el adn mass media de una generación, que trasciende el coleciconismo melómano o los gustos personales. Su carrera me acompaña desde 1984 con «Blue Jean» y aquel vídeo que tenía dos versiones, la comercial y una extendida, una pequeña película de 20 minutos. Ya antes mis primos mayores habían paseado por mi casa The man who sold the world, y tras el enganche a «Blue Jean» cualquier nuevo single de Bowie era pasto de mi atención (y hasta ayer ha seguido siéndolo).
Su personalidad poderosísima, su don de gentes en las entrevistas, su increíble fotogenia, su exquisito gusto para los videoclips promocionales y la calidad media de sus canciones son un faro ineludible. Bowie, como Dylan o Springsteen, es de esos iconos culturales que simplemente, cuando movían o mueven pieza, recibían mi atención, aunque esta raramente llegaba a la adquisición del Lp de rigor.
Fui un adolescente «romo» que escuchaba a los maquillados Duran Duran, un chaval tecno fascinado por el cuero negro de Depeche Mode, un popper romántico seguidor de los jardines de The Smiths, un abducido por el lado oscuro de The Jesus and Mary Chain, un indie veinteañero, posthardcoreta y amante de la experimentación, y ahora soy una persona de «edad prócer» que escucha de todo un poco. Nunca he sido un Bowieadicto. Siempre he seguido a Bowie.
La segunda mitad del siglo XX no se podría entender sin sus aportación capital a la cultura. Ni siquiera cabe señalar su carrera actoral como un dislate, y por supuesto su capacidad para generar nuevos tiempos, modas, usos sociales, está fuera de toda duda: los setenta, excesivos, hedonistas, peligrosos, deprimidos pero dados a la fiesta tóxica, son la cosecha de su siembra.
David Robert Jones, de nombre artístico David Bowie, ha fallecido el 10 de enero de 2016. El 8 de enero, dos días antes, sacaba su último disco, Blackstar. La vida, la muerte, la música, la carera de Bowie siempre en el filo de lo increíble, lo que no podemos creernos del todo. Se va algo más que un músico o cantante, sí, pero si te gusta el rock y no has escuchado un solo disco de Bowie al completo, mal vamos, y en esta tristísima despedida podrías encauzarte. Yo te recomiendo Hunky Dory para empezar. Luego vendrán muchos otros discos imprescindibles.
Yo descubrí a Bowie con…
Artículo original en El Octavio Pasajero.