Nacho Vegas dirigió la noche de este sábado en Vigo un concierto que fue un viaje. Atravesamos a su lado un cancionero denso, magnético y sobresaliente, el de uno de los cantautores más importantes que ha dado este país. No se puede negar la trascendencia y solidez del ex Manta Ray, su carrera trufada de aciertos durante veinte años ya, ni dudar de que su último trabajo, «Mundos inmóviles derrumbándose» es su penúltima muestra de calidad y no muestra signos de agotamiento.
En el Auditorio Mar de Vigo, Vegas y su banda desgranaron este disco, obviamente intercalando sus piezas, soberbias, con gemas de su trayectoria. Arrancó con «Beliat», sonó maravillosa, frágil y misteriosa «El don de la ternura», acongojante «La séptima ola»… piezas nuevas que se miraron de tú a tú con, por ejemplo, «Ser árbol», una impresionante «La gran broma final» o «Ciudad vampira».
El público celebraba con idéntica intensidad las clásicas y las nuevas canciones del músico asturiano. La banda es mayúscula, detallista, perfecta. Vegas, por su parte, interpretó en estado de gracia con esa voz absorbente, narrativa, frágil y recia al tiempo. Sobrio, casi siempre en penumbra o a contraluz, se dirigió poco pero afable a la platea. Concretamente para agradecer un regalo de un fan poco antes del concierto y de paso a todo el que luche «contra el fascismo y un sistema que lo tolera».
No viene mal recordar estas palabras en este mundo convulso. Pero Vegas por muy comprometido (y a veces explícito) que sea, es ante todo un músico. Uno que se permitió tocar el cielo en los bises.
Cerrar la noche así está al alcance de de muy pocos: un «El ángel Simón» reconstruida, magnífico rescate de su disco de debut, y para acabar sin dar posibilidad a subir más alto aquello, interpretó «El hombre que casi conoció a Michi Panero». Una de las mejores canciones en castellano de los últimos años.