Vigo y Galicia en general no es tierra de grandes festivales de verano. Toda la producción “festivalera” del país palidece, si somos francos, ante un Primavera Sound o un Bilbao BBK. Pero las cosas avanzan, y poco a poco se consolidan unos cuantos y se crea un tejido musical claro. Festival do Norte, el singular Sinsal San Simón, o este PortAmérica de cartel disperso (que atrae por tanto a muy diverso público, se vio estos días) están aquí para quedarse si las mareas y las crisis y los palos en las ruedas no se obstinan en lo contrario.
Y es bueno que eventos como el de Nigrán se vean ya como hechos consumados, que nadie se plantee si habrá edición 2016 o no, porque la permanencia de un evento de tres días de música internacional con espacio de acampada es, nadie lo dude, un activo económico para la zona (Nigrán) y sobre todo una cita cultural para Galicia y alrededores. La presente edición acercó a las Rías Baixas a nombres como Gorillaz Souns System; los mediáticos Calle 13; un bastión del indie pop británico (los norirlandeses The Divine Comedy); los míticos Buzzcocks, padres del punk melódico coetáneos de Sex Pistols; y los clásicos del ska Skatalites (en activo desde 1964). A mayores, nombres nacionales que, como Xoel López, Siniestro Total o, sobre todo, Vetusta Morla, mueven a miles de seguidores (el caso de los madrileños es de libro, una banda que con el boca-oreja se ha convertido seguramente en una de las más exitosas de España sin renunciar a su personalidad artística).
PortAmérica funcionó como un reloj en esta nueva edición. No podemos hablar de las condiciones del cámping, nos fue un espacio ajeno, pero las propuestas dentro del recinto funcionaron y recibieron, todas, atención del público. Una zona de mercadillo (“Factoría de talentos”, un espacio de stands definido como “mercado de diseño independiente de autor” en donde comprar ropa, objetos decorativos y arte) era el lugar tranquilo, alejado del volumen de los escenarios y sin aglomeraciones. Tras esta zona, se disponía la gastronomía habitual en saraos del palo: bocaterías, una churrasquería, kebabs, hamburgueserías y puestos de dulces. Con mesas y sillas. Esta zona estaba justo detrás del escenario “La playa de los ahogados”.
Un debe: todo este recibidor de servicios previo a la zona de escenarios, acusa unos espacios vacíos donde bien puede caber una carpa (cerca de la entrada cabría perfectamente una), se hacía raro ver tanto espacio “perdido”.
La zona musical dispone de dos escenarios, el mencionado y el principal, “Escenario Son Estrella de Galicia”, encarados uno frente al otro, y entre ambos una de las ideas que más gusta del PortAmérica. El “Show Rocking”, la carpa de tapeo gourmet que este año reunió a varias Estrellas Michelín gallegas. Por tres euros podías catar, por ejemplo, un tataki de bonito de anzuelo con polenta de algas y sésamo. Hubo sorpresa la jornada del día 16, con una breve actuación de Iván Ferreiro en esta carpa gourmet (otros cameos curiosos fueron el propio Ferreiro con el cocinero Pepe Solla, en la actuación de Xoel López, o el mismo Solla el día anterior, guitarra en mano, con Eladio y los Seres Queridos). Fue una zona siempre colmada de gente, lógico.
Y para el final de esta reseña, lo primero de este festival. La música es lo que importa, y en este sentido hay que reconocer tanto la buena organización y puntualidad como el excelente sonido. La idea de posicionar dos escenarios uno frente al otro (transportada del Vigo Transforma, festival que montó la misma Esmerarte en el Puerto de Vigo) permite que los conciertos se sucedan sin apenas intermedios de tiempo muerto, y sin provocar migraciones locas en busca de remotas carpas. Acabas aquí, te das la vuelta y caminas diez pasos para seguir con la música. Fue notorio el triunfo de Vetusta Morla, como auténticas cabezas de cartel, y aunque como dije arriba no fue nuestro objetivo empaparnos de todo grupo presente, puedo destacar el sonido recio de Pasajero, la inventiva sonora de los mejicanos Jenny and the Mexicats o la dulce orballo melódico y el humor e ironía fina de Neil Hannon al frente de su banda The Divine Comedy. Eso sí, en el caso de la banda irlandesa, por su propuesta detallista y exquisita, era difícil entrar en su maravillosa propuesta si te tocaba el típico cazurro que no disfruta la música si no que paga su entrada para hacer el memo (en mi caso, una moza haciéndose el torete bravo para “alegrar” el concierto a quienes la rodeaban).
Son gajes de los festivales y otro signo de su buen estado de salud: a ellos no solo acuden melómanos si no también hooligans del fiesteo, más preocupados en dar la nota o pasarse unos cuantos pueblos con la bebida u otras sustancias, que de disfrutar de la oportunidad de ver a bandas que, sin el concurso de eventos como este, nunca pisarían nuestra ciudad o alrededores.