Basia Bulat, la voz angélica apadrinada por Leonard Cohen, empieza a ser una habitual en nuestra ciudad y volvió a ofrecer un concierto a solas sostenido en cierto aire de jugueteo informal sobre el escenario y por descontado en su embriagadora voz. Su papeleta no era fácil. Canadiense y angloparlante, aunque se desenvuelva en un castellano con el que se dirige a la audiencia continuamente, interpretar los versos complejos de Cecilia es un reto, del que salió todo lo airosa que pudo intercalando títulos de su propio repertorio con canciones en inglés de Cecilia (que compuso varios temas en la lengua de Shakespeare, pues era su idioma natal) y grandes clásicos como “Tu retrato”, “Está lloviendo dentro” y “Llora”. Se metió al público en el bolsillo con su duende, pero evidenció lo difícil del reto. Y fue después el turno de María Rodés.
Palabras muy mayores, lo vivido ayer con Rodés. Acompañada por la guitarra de Isabelle Laudenbach (ex Las Migas, grupo a reivindicar una y mil veces), su concierto de apenas una hora fue un viaje profundo, complejo y emocionante al “universo ceciliano”. Artista contradictoria, Cecilia, su imagen tímida y frágil contrastaba con su universo lírico oscuro. Y en una España aún dictada por el orgullo fasci del “is different”, ella venía de la música anglosajona (su nombre artístico, sin ir más lejos, era un homenaje a Simon & Garfunkel). María Rodés se apropió de ese cancionero, más cercano a Paul Simon, Nick Drake o Bob Dylan que a Marisol o Janette, para construir una velada intensa donde la emoción impregnó el teatro García Barbón como un éter liviano pero palpable.
Cercana y simpática, animando a cantar con ella (empresa difícil cuando lo que quieres, como espectador, es sentir y paladear cada nota, cada requiebro, cada silencio que brindaba María, y no difuminarla en coro), María Rodés se apropió de canciones tan importantes como “Me quedaré soltera”, “Nada de nada” y “Dama, dama” -a las que se sumó Basia Bulat como segunda voz- “Mi gata Luna” (entre cuyas notas imbricó mágicamente “Agua de beber” de Astrud Gilberto), “Soldadito de plomo”, “El equilibrista”, “Si no fuera porque” o “Un ramito de violetas” convertida en uno de los momentos más intensos de la noche.
Rodés canta con voz cálida pero espectral, transforma a Cecilia en un lamento sereno de aromas mediterráneos con contragiros flamencos, brasieños y copleros, y domina el silencio dramático con pavorosa exactitud. Una lección magistral de que la música es tanto por lo que suena como por lo que omite, es quejío y es suspiro, es voz y es, sí, pausa.
Creo, en fin, que ayer vivimos en Vigo una noche única y emocionante en grado superlativo, donde quedaron dos cosas muy presentes: el legado de Cecilia es de los más vigentes de los clásicos populares de la música Española, y María Rodés es una de las artistas nacionales más importantes del siglo XXI, que en directo además se crece hasta niveles que, personalmente, no sospechaba. Aún tengo los ojos como platos de cerámica de Manises. Voces Femeninas lo ha vuelto a hacer: concierto vigués del año.