La pandemia del Covid-19, la mayor crisis sanitaria mundial en el último siglo, también ha servido para despertar el sentimiento de comunidad. A lo largo y ancho de Vigo, Galicia, España y el resto de países afectados por el coronavirus surgieron espontáneas manifestaciones de solidaridad y unión frente al terrible drama que ha segado miles de vidas.
Desde el primer día de confinamiento en la calle Pi y Margall, a escasos metros del Colegio Carmelitas, sonó con potencia una gaita. Eran mediados de marzo y los vecinos salían al balcón, como en otros muchos lugares, a ofrecer su aplauso solidario con sanitarios y muchos más colectivos que luchaban por frenar el virus.
José Antonio, vecino de un segundo piso situado justo enfrente de la sede de Protección Civil, decidió que era el momento para hacer sonar la gaita que desde hacía mucho tiempo estaba callada. Residente en la ciudad desde hace ya casi tres décadas, su afición dormía apagada por las molestias que podía causar a los vecinos.
Ese momento en el que decidió salir a su ventana para hacer sonar el instrumento gallego por excelencia fue decisivo para que decenas de vecinos se asomasen cada día, a las 8 de la tarde de forma puntual, a cantar y bailar.
Sonaron muiñeiras, alboradas, pasacalles e incluso polkas. Cada vecino, con especial aportación por parte de las mujeres más veteranas de Pi y Margall, acompañaron con sus panderetas, castañuelas o vieiras. A lo largo de las semanas se fueron uniendo residentes de toda la calle. Desde la apertura también lo celebran los viandantes que salen a pasear y se quedan asombrados ante la animación.
Este domingo, 17 de mayo, después de nueve semanas, más de 60 días, José Antonio tocó por última vez en esta pandemia. Decidió bajar a la calle y que las estrofas del Queixume dos Pinos cerrasen una etapa de sufrimiento. La ovación llegó desde el Paseo de Alfonso hasta Peniche.