Con solo observar obras como La fragua de Vulcano o Las Meninas te impregnas de sus atmósferas. La primera huele a hoguera y a la acidez del sudor. La segunda, a trajes que llevan mucho tiempo guardados. Y al mastín que incordia con el pie Nicolasito Pertusato. También se escucha el roce de las telas de las faldas contra el suelo, como las enaguas rojas de Mami en Lo que el viento se llevó.
Las Meninas. Diego Velázquez (1656).
“Los pétalos caían como dulces párpados mortales en un revuelo de opalinas, vegetales mariposas”, escribe Jesús Ponce Cárdenas. Sus versos hacen referencia a otro cuadro en el que el aire creado por el artista es protagonista absoluto: el que rodea a quienes acuden a la fiesta que organiza Heliogábalo. La escena hedonista pintada por Lawrence Alma-Tadema encierra una inmediatez macabra, ya que muchos de los asistentes morirán asfixiados por los pétalos de rosa que caen a modo de lluvia incesante y asesina ideada por el emperador.
La rosas de Heliogábalo. Lawrence Alma- Tadema (1888).
¿A qué se nota cómo se espesa el aire y el olor de las flores se hace insoportable? Pero si es difícil lograr transmitir la atmósfera en una pintura, quizás lo sea más con una escultura. Miguel Ángel con su imponente Moisés lo logra a la perfección. Observándolo se puede sentir su ira contenida y es evidente que con un simple movimiento de cabeza o mano movería todo el aire suspendido alrededor del mármol blanco que lo aprisiona. Cuenta la leyenda que el artista cuando remató su obra la golpeó recriminándole: ¡Por qué no me hablas! Sí lo hace. Siglos después sigue a punto de crear un torbellino de aspavientos y voces enfurecidas con su pueblo.
Moisés. Miguel Ángel (1513-1515).