La frase es del verano de 2014 y dice así: «Ni más ni menos es la realidad de todo jugador. Yo me debo al Celta, soy muy feliz acá pero no voy a mentir, no voy a decir que me voy a retirar en el Celta para que algunos hipócritas se pongan contentos. Porque el año que viene, dentro de quince días o dentro de tres años me puedo llegar a ir y pasaría a ser hipócrita yo también. Entonces, soy sincero. En el momento en que llegue algo que al club y a mí nos sirva, tomaremos la decisión y con el dolor del alma me iré. Pero ahora tengo la cabeza acá y soy feliz. El día que me tenga que ir me va a costar muchísimo porque es una ciudad con la que es fácil encariñarse, lo mismo que con el club y con mis compañeros».
La situación se dio. Llegó un club con aspiraciones a ganar el título en Primera División. De hecho, es el líder. También tiene la oportunidad de disputar y luchar por la Liga de Campeones y el futbolista argentino, por mucho peso que tuviera su brazalete, hizo lo que indicaba toda la lógica para un profesional: hacer las maletas y buscar la gloria. Simple y pura ambición. Entendible deportivamente y, por supuesto, también económicamente.
Las palabras transcritas las pronunció Augusto en el verano de 2014 y repitió algo parecido en el de 2015. No vendió humo y nunca garantizó que se iba a quedar en el Celta hasta el final de los días. En lo único que se equivocó es en decir cuando llegue algo que «convenza al club y a mí». Al Celta no le convenía la operación a mitad de temporada, pero tuvo que aceptarla y padecerla por un simple hecho, su propia torpeza.
Desde el momento que tenía los derechos del futbolista compartidos con Vélez, la dirección del Celta sabía que su voluntad no valía nada en caso de llegar una oferta tentadora por el jugador. En Praza de España estaban tranquilos porque Augusto rechazó otras propuestas y, gracias al jugador, ganaban el pulso con Vélez por 2-1. Llegó el Atlético, el futbolista cambió de parecer y las fuerzas marcaban que la salida era inevitable. Y lo fue porque en los años que Augusto lleva en el Celta, el club tuvo tiempo para mover ficha.
Este verano, tras la marcha del danés Krohn-Dehli, pudo dar un paso adelante la entidad viguesa. Pudo soltar la billetera, negociar con el club argentino y hacerse con la totalidad de los derechos de Augusto Fernández. Sin embargo, en el juego en el despacho no estuvo hábil Carlos Mouriño y su equipo. Optaron por el ahorro y su riesgo. Ahora tiene que lamentar la marcha de su mediocentro por un precio irrisorio. Es cuestión de hacer gestión de ficción pero, ¿pudo pagar cuatro o cinco millones por Augusto este verano el Celta y poner un cláusula de 15? Si el Atlético tuviera que desembolsar, por ejemplo 14 millones, ¿dolería tanto la salida al Celta?
El fútbol profesional de sociedades anónimas no deja de ser un juego de culpables falsos y sentimientos de aficionados. Una buena parte de los seguidores célticos deberían poner menos el ojo sobre los movimientos del jugador y centrar más la mirada en la dirección deportiva y económica. Pueden aparecer las preguntas: ¿Por qué se fue tan fácil Augusto Fernández? ¿Qué precio debería tener el capitán del Celta e internacional argentino? Muchas cuestiones para una película en la que el jugador protagoniza el papel de ‘villano con preaviso’ y la dirección del club ejerce de ‘reflejos lentos’.