Cuando en el mes de junio de 2013, solo unos días después de conseguir una permanencia agónica e inesperada, el Celta anunció su renovación, muchos aficionados se echaron las manos a la cabeza. El director deportivo celeste sufría en aquellos días su nivel más bajo de popularidad. Se le consideraba uno de los principales responsables de la errática trayectoria del equipo en su retorno a Primera, que solo gracias a un milagro no acabó en catástrofe. El acierto en las contrataciones de Michael Krohn-Dehli, Augusto Fernández y Gustavo Cabral (e incluso Javi Varas) no le eximía de su responsabilidad en fiascos tan sonados como el del fichaje del coreano Park como delantero estrella o las llegadas en el mercado invernal de Demidov y Pranjic, dos jugadores que restaron en vez de sumar. En resumen, los críticos consideraban que Torrecilla no había estado a la altura, que no había sabido confeccionar una plantilla sólida y equilibrada e, incluso, que era poco más que una figura decorativa dentro del organigrama del club.
Una segunda oportunidad aprovechada
Pero Carlos Mouriño, en uno de sus imprevisibles arranques de fe, decidió que Torrecilla merecía al menos un año más de confianza. Afrontaba su última oportunidad, no quedaba margen de error y eran muchos los que querían ver cómo rodaba su cabeza si las cosas volvían a marchar mal. La primera operación que se concretó fue la llegada al banquillo de Luis Enrique. Fue una bendición. El nuevo técnico fue un aliado, un imán para inmejorables oportunidades en el mercado. De su mano llegaron tres piezas clave: Fontás, Nolito y Rafinha. La columna vertebral del equipo. Eso sí, Torrecilla también supo moverse rápido por su cuenta. Se anticipó a sus rivales contratando a Charles, máximo goleador de Segunda con el Almería, a un precio asequible, un millón de euros. La venta de Iago Aspas al Liverpool, que dejó 8,5 millones de euros en las cada vez más saneadas arcas celestes, facilitó todas estas operaciones.
Lo que se intuía en septiembre se confirmó al final de temporada: el equipo se salvó con mucha holgura, a lo que añadió buen juego. Torrecilla había logrado salvar su ‘match-ball’. Su nueva renovación, al contrario que la anterior, a nadie le cogió por sorpresa. La llegada del inefable Welliton en el mercado invernal se quedó en una simple anécdota.
La era Berizzo: el salto de calidad
Con confianza renovada, pero ya sin su aliado Luis Enrique ni los millones de Aspas, Torrecilla afrontó en el verano de 2014 un nuevo examen. El director deportivo pescó en el club de destino de Luis Enrique: Planas y Sergi Gómez, dos jóvenes prometedores, llegaron del Barcelona en propiedad y a coste cero. El Celta tampoco tuvo que rascarse el bolsillo para hacerse con la gran apuesta del verano, Joaquín Larrivey, que venía de hacer una inmejorable segunda vuelta con el Rayo Vallecano. La nómina de fichajes se completó con Pedro Pablo Hernández, que llegaba recomendado por Berizzo, y Radoja, un joven y desconocido mediocentro serbio. Todos estos fichajes, en mayor o menor medida, acabaron rindiendo a buen nivel. Ya en enero, Bongonda, otro prometedor y jovencísimo futbolista, se unió a la lista.
El pasado verano, el Celta dio un pequeño paso adelante presupuestariamente hablando. Se abandonó definitivamente la economía de guerra. Y Torrecilla supo invertir con criterio los millones que dejaron las ventas, en especial la de Santi Mina al Valencia. Su primer movimiento fue rápido e ilusionante. Iago Aspas, el hijo pródigo, volvió a casa y lo hizo a muy buen precio. Después, apostó por otro futbolista con poco cartel y que se ha convertido en una pieza fundamental del esquema: Daniel Wass. John Guidetti, que llegó a coste cero, fue la guinda del pastel. La plantilla se cerró con Drazic, un futbolista que todavía no ha ofrecido su mejor rendimiento.
Su último gran servicio al Celta lo hizo en el pasado mercado invernal. Supo minimizar los daños que produjo la repentina marcha de Augusto Fernández al Atlético contratando a Marcelo Díaz, un jugador que parece haber nacido para jugar en el actual Celta. Su último fichaje fue Claudio Beauvue, un delantero por el que el club apostó fuerte (pagó 5 millones que se pueden convertir en 6,5 en función de objetivos) y con el que se ha cebado la mala suerte.
Los inicios: el cambio de política
Pero cuando el Celta apostó por Torrecilla, en 2009, lo hizo precisamente por ser un gran conocedor de un fútbol más modesto, el de Segunda. Un perfil completamente contrario al de su antecesor, Ramón Martínez. Le avalaba el buen trabajo que había hecho en el Salamanca, un club con escasos recursos. El conjunto celeste, en plena regeneración económica, buscaba un mago que supiese hacer milagros con unas cuentas en números rojos. En sus primeros años en Vigo al director deportivo se le achacó contar con una agenda con muy pocas páginas. Muchos de sus primeros fichajes fueron jugadores que un momento u otro habían pasado por su anterior club, el Salamanca. Catalá, López Garai, Bustos, Botelho, David Rodríguez y Murillo, todos ellos llegados al Celta en las dos primeras temporadas de Torrecilla, fueron un ejemplo de esta polémica política. Pero su mayor pecado fue no acertar con los delanteros. Los fichajes de Arthuro, Papadopoulos y Cellerino fueron tres fiascos descomunales.
El crédito de Torrecilla empezó a crecer con la llegada de De Lucas, un jugador clave en el resurgir celeste. A este, se unieron la temporada del ascenso Orellana, Oier, Natxo Insa o Mario Bermejo. Estos fichajes, sumados a un trabajo de cantera que cada vez ofrecía más réditos al primer equipo, hicieron del Celta un club llamado al ascenso. Fue el primer éxito contra pronóstico de Torrecilla, un hombre acostumbrado a caminar por la cuerda floja y salir indemne. En total, 47 jugadores han llegado al Celta desde que se hizo cargo de la dirección deportiva hace siete temporadas. Muchos de ellos pasaron sin pena ni gloria, pero algunos forman ya parte de la historia del club. Los éxitos de Torrecilla se han impuesto a sus fracasos y ahora se le echará de menos.