Obviamente, no todos los aficionados compartían esa actitud. Muchos incluso la rechazaban frontalmente y tal vez es probable que estos fueran mayoría. Pero su voz se ahogaba entre los silbidos. Éramos grandes y lo queríamos todo. No me entiendan mal, se disfrutaban las gestas -que hubo muchas- y A Rianxeira nunca sonó tan bien como en aquellas añoradas noches europeas. Sin embargo, en el día a día, cuando el calor es más necesario, Balaídos se mostraba gélido, distante y altanero. Tenía tanto, que no sabía disfrutarlo del todo. Nada lo hacía diferente de Mestalla, el Bernabéu o el Benito Villamarín.
Pero llegó un día en el que A Rianxeira dejó de ser resultadista. No fue este jueves, ni el jueves anterior en el Sánchez Pizjuán. Es difícil situar la fecha exacta. Aunque los historiadores llevan mucho tiempo intentándolo, es imposible fijar el momento preciso en el que se pasó de la Edad Media a la Edad Moderna. ¿Se imaginan a un caballero del siglo XV despertándose una mañana con la sensación de haber dejado atrás el Medievo? Aun así, está comúnmente aceptado que el descubrimiento de América marca la frontera. Pues bien, aquella salvación ante el Alavés puede ser nuestro 1492.
Algo cambió esa tarde en la que el joven y desvergonzado Iago Aspas hizo aquellos dos goles. Las dos temporadas negras que se dejaron atrás actuaron como perfecta cura de humildad. El equipo, el club y la afición encontraron el camino. Aún hubo que superar muchas penalidades más para llegar hasta donde estamos ahora, pero el destartalado carro celeste se convirtió en un pequeño utilitario de bajo consumo y alta eficiencia.
Crean a los jugadores que, recién llegados a Vigo, acuden a sala de prensa tras un mal partido y muestran su sorpresa por el buen trato de la afición. Su perplejidad es totalmente sincera. «Si nos pasa esto en mi anterior equipo, no puedo salir a la calle en un mes», reconocía fuera de micrófono hace tres temporadas un jugador del Celta después de una de las muchas derrotas de aquel curso.
Este jueves se vivió uno de los episodios más entrañables de esta comunión entre grada y equipo de la que estoy hablando. Los 15.000 aficionados que desafiaron al temporal guiados por su fe en la remontada entonaron A Rianxeira, esa canción de la que no se abusa, que se reserva para las noches más grandes. La ocasión lo merecía. Ya lo he dicho: A Rianxeira ya no es resultadista. Y, desde esta nueva perspectiva, el empate ante el Sevilla no tiene nada que envidiarle al 4-0 a la Juventus. No estamos hablando de goles, estamos hablando de esfuerzo, de orgullo, de tenacidad, de afouteza, como reza el propio himno del Celta.
La afición ha aprendido a estar ahí en los malos momentos, a pasarse noches en vela atendiendo al enfermo incluso cuando los doctores ya han perdido toda esperanza de recuperación. Seguro que todavía tienen fresco en su memoria el recuerdo del espíritu del 4% al que se ha vuelto a apelar estos días.
Como es lógico, esos «malos momentos» de los que hablo no son estas semifinales de Copa. La mayoría de las aficiones de España se hubieran dado con un canto en los dientes con llegar donde ha llegado el Celta. ¿Pero creen que hace 15 años se habría movilizado de tal forma el celtismo tras encajar un 4-0 en Sevilla?
Esta temporada está dejando momentos antológicos y en los próximos meses es probable que lleguen más. Haciendo memoria de lo ya vivido, quizá lo más fácil sería quedarse con la goleada al Barça. Pero no, si tengo que elegir alguna postal de esta temporada, he de decantarme por el recibimiento de este jueves al equipo y con la ovación con la que lo despidió. O con la protagonizada por aquellos intrépidos que se hicieron 1.000 kilómetros para ver al Celta caer goleado en el Pizjuán y aún les quedaron fuerzas para mostrar su orgullo celtista y entonar una amarga pero sincera Rianxeira. O incluso con Balaídos puesto en pie aplaudiendo a sus jugadores tras aquel partido tonto en el que el Valencia marcó cinco goles. Todos estos detalles valen más que 14 millones de euros de beneficio.