En su intervención de esta semana, el presidente expresó su profundo disgusto por el hecho de que la política se haya inmiscuido en su decisión de vender el Celta para, a continuación, pedir a los responsables políticos de la ciudad que hagan un imposible para evitar esta venta.
El órdago lanzado invita a recordar aquella portada de la revista satírica Hermano Lobo en la que un orador político se dirige desde una tribuna a la muchedumbre. «¡Nosotros o el caos!», clama. Un avispado espectador le responde «¡el caos, el caos!». El político, en un acto de inusitada sinceridad, admite «da igual, también somos nosotros». Aquí el callejón sin salida es similar: o Mouriño o el caos. Y el caos son los millones de euros que se embolsará el presidente.
Si no fuese porque las cartas están marcadas y el órdago no es más que un farol, la ‘medida de presión’ (permítanme el eufemismo) de Mouriño sería sumamente grave. Recordemos lo que expuso el martes el (todavía) máximo accionista del Celta. Su petición consiste en que la ciudad de Vigo se desprenda de una instalación pública y de unos terrenos que forman parte de su patrimonio y que lo haga, además, vendiéndolos muy por debajo de su precio real, a cambio de los 32 millones de euros que cuesta la remodelación que ahora mismo se está acometiendo en el estadio. ¿Se imaginan toparse con una mansión un tanto destartalada en primera línea de playa y que su propietario les ofrezca regalársela a cambio de que usted le dé una mano de pintura y barnice las barandillas? Seguro que no. Yo tampoco.
En Vigo estamos acostumbrados a estas ‘medidas de presión’ (sigan permitiéndome el eufemismo). Citroën, cada vez que sufre un pequeño resfriado, amenaza con el fantasma de la deslocalización y toma como rehén a la ciudad. La multinacional francesa, por desgracia, tiene la sartén por el mango y se pude permitir estas licencias. Mouriño, sin embargo, no cuenta con una mano tan favorable. Vigo depende de Citroën (una dependencia física, no sentimental) y Citroën puede materializar sus amenazas. La factoría viguesa de la marca incluso puede llegar a convertirse en solo un recuerdo si en París alguien decide bajar el pulgar. Pero el Celta, haga lo que haga Mouriño, seguirá indisolublemente unido a Vigo, a pesar de que el nombre de la ciudad haya desaparecido del logotipo del club. Porque el Celta no es solo una empresa, es también un sentimiento.
Pero volvamos a la política, ese terreno que tanto repudia Mouriño, pero en el que se ha metido de lleno en los últimos días. El máximo accionista celeste comenzó su intervención del martes con un agradecimiento hacia Alberto Núñez Feijóo, el recientemente reelegido presidente de la Xunta. Sí, ese organismo que no ha puesto ni un solo euro en la reforma de Balaídos. E inmediatamente después lanzó furibundos ataques contra Elena Muñoz, compañera de partido del anterior. A la responsable del PP en Vigo la acusó de todo lo imaginable. De hecho, Mouriño estuvo a punto de responsabilizarla del penalti que falló Alejo en la final de la Copa del Rey de 1994.
El tono del presidente llamó la atención. Parecía que se estaba cebando con el más débil. Y es que tras la últimas elecciones municipales, el PP vigués se ha convertido en una fuerza prácticamente irrelevante. Hacía falta un chivo expiatorio, alguien sobre quien cargar las tintas. Curiosamente, Abel Caballero, el político que realmente sí tiene poder sobre las decisiones que afectan al futuro del Celta, salió indemne.
Mouriño, de hecho, destacó que Caballero es «un gran amigo», a pesar de que es público y notorio que sus relaciones se han deteriorado. Y es que el Celta no está conforme con los tiempos de la reforma de Balaídos. Eso sí, el club se ha cuidado de expresar públicamente este malestar, mientras que en privado sí se ha despachado a gusto. ¿Y saben quién ha dado la cara denunciando los retrasos en las obras? Sí, ha sido el PP de Elena Muñoz, esa mujer que, según Mouriño, es la fuente de los males que aquejan al Celta.
En esta tragicomedia el papel más sencillo es el de Abel Caballero. Aun así, se agradece la prudencia del alcalde -una cualidad por la que no suele destacar-. Ha dicho lo que tenía que decir: Balaídos no está en venta. A su vez, le ha tendido la mano al Celta ofreciéndole su colaboración para buscar conjuntamente soluciones para la construcción de una nueva Ciudad Deportiva. Algunos han querido ver en estas últimas palabras de Caballero una reacción al órdago de Mouriño. Pero no es así. El alcalde no ha variado ni un ápice su discurso.
¿Al Concello, y a Caballero en particular, les interesa que el Celta cuente con una nueva Ciudad Deportiva? Pues claro que sí. Esto liberaría los campos de A Madroa y Barreiro y al alcalde le permitiría colgarse una medalla, erigirse en garante del futuro del Celta. ¿Y, entonces, por qué el proyecto continúa en el limbo? Porque no es sencillo. El Plan Xeral sigue en punto muerto y, afortunadamente, ya no vivimos en los tiempos de desaforado urbanismo en los que se permitían aberraciones que amenazaron con convertir Vigo en un galimatías de cemento y asfalto. La ley ya no es tan laxa, toda precaución es poca.
Mouriño intenta desviar la atención de la venta del club diciendo que para seguir necesita una ilusión, un proyecto, un reto que le motive, incluso si para ello la ciudad tiene que plegarse a sus antojos. También dice que no quiere ser presidente para simplemente ver cómo su equipo gana, pierde o empata. Pero señor Mouriño, en eso consiste el fútbol. El resto es política.