Esto es lo que ha padecido este jueves la afición del Celta, que ya se había habituado a la cantinela de la prensa catalana pero no estaba preparada aún para recibir tal impacto. La cándida imagen de Nolito sosteniendo una portada de un periódico es la constatación de que sí, que es muy problable que el Celta pierda a su estrella el próximo mes de enero.
No obstante, en su fuero interno muchos aficionados ya habían asimilado esta posibilidad. Lo que más ha molestado es que Nolito se haya sumado tan alegremente a la ensordecedora fanfarria barcelonesa. Porque lo que lleva en sus manos no es una simple portada, es también ruido. Mucho ruido.
Si uno abre el periódico -el de la portada de Nolito sosteniendo otra portada- comprueba que los decibelios bajan notablemente en el interior. El mensaje del jugador es el mismo que el de otras ocasiones. «Estoy feliz en Vigo», «lo que tenga que pasar, pasará» y algún que otro chascarrillo culinario. Nada nuevo bajo el sol. Pero, ya se sabe, una imagen vale más que mil palabras.
Desconocemos qué motivos impulsaron a Nolito a sostener esa portada y a dejarse fotografiar con ella. Y tampoco nos vamos a poner moralistas, que de moralistas está el infierno lleno (y el periodismo deportivo). Se trata más bien de una cuestión estética e incluso profiláctica. Nolito vive los días más felices de su carrera deportiva y con este torpe gesto, con este ruidoso solo de batería, parte de esta felicidad podría esfumarse. Ha perdido su halo, esa condición de intocable para el celtismo.
El guión de esta historia no necesitaba este giro imprevisto porque el desenlace cada día parece estar más claro y, al fin y al cabo, no se trata de cine experimental, sino que es una película con una estructura clásica. Como anunció Torrecilla esta semana, en los próximos días Nolito firmará un nuevo contrato con el Celta. Su cláusula pasará de los 18 millones de euros actuales a 25. El Barcelona, espoleado por ese ruido eterno que le rodea, acudirá raudo para poner estos millones sobre la mesa, sin importarle que sean necesarios 7 más que en agosto. Es el comportamiento que se espera de cualquier millonario rancio, uno de esos que cree que todo se arregla con dinero. No podemos garantizar que los acontecimientos acaben desarrollándose así, pero sí que apostaríamos una buena suma a que esto acabará sucediendo.
El fútbol es un mundo paradójico. Su maquinaria se mueve al ritmo del capitalismo más salvaje. Todo es una mercancía, todo está en venta. Sin embargo, este macabro negocio se asienta sobre emociones, sobre sólidos principios sentimentales. Nunca veremos llorar a nadie por la bajada en bolsa de ACS, Indra o Abengoa -siempre y cuando no lleve a la propia ruina, claro-, pero sí se han derramado millones de lágrimas por el descenso de un club de fútbol o, incluso, por la derrota en un simple partido.
Por tanto, es ley de vida que Nolito se marche, que busque nuevas y gratificantes experiencias laborales en una ‘empresa’ más grande, en la que su trabajo alcanzará una mayor repercusión y sus emolumentos crecerán como la espuma. Pero también debe comprender que cualquier paso que dé hacia esa dirección será observado con lupa, que por su propio bien debe ser cuidadoso, que la relación que le une al Celta, por la singularidad del fútbol, va más allá de la que existe entre un trabajador y una empresa en cualquier otro negocio.
Si esta marcha finalmente se produce, muchos la llorarán. Es cierto eso de que los jugadores, los entrenadores y también los presidentes vienen y van, que lo que siempre permanece es el club y el amor a los colores de sus aficionados. Pero también es verdad que a pocos futbolistas le sienta tan bien el celeste como a Nolito. En su mano está que las lágrimas que se derramen cuando decida hacer las maletas estén acompañadas de cariño y buenos deseos y no de rabia y rencor. Estos días ha dado un paso en la dirección equivocada. Quizás el ruido no le ha dejado pensar bien. Esperemos que este jueves en Logroño se haya comprado unos buenos tapones para los oídos porque durante los próximos tres meses vivirá con el potente gruñido de un martillo neumático funcionando constantemente a escasos centímetros de su cabeza.