Pablo Hernández, alias «Tucu», volvió a callar a los aficionados del Atlético de Madrid. Lo hizo el 20 de septiembre de 2014, recién fichado por recomendación directa del Toto Berizzo, cuando se sacó de la chistera una espuela inverosímil para perforar la portería colchonera.
Este miércoles marcó un doblete, el segundo de su carrera profesional desde que lo consiguiese con la selección chilena frente a Costa Rica en 2014. Esta vez fueron dos cabezazos inapelables. El primero, para abrir el marcador; el segundo, para sentenciar el partido y la eliminatoria.
Alto, corpulento, desgarbado, su ritmo de juego desesperaba -y aun sigue haciéndolo- a parte de la grada de Balaídos. Él marca el tiempo del ataque del Celta, controla, para, se gira, recibe más faltas que nadie y la posesión del equipo pasa por sus botas.
Hace unos meses se mostraba resignado ante los «chiflidos», como él los denominaba, de la afición, e incluso Berizzo salió en su defensa. Explicaba el técnico que Hernández es una pieza esencial para que el Celta juegue con el estilo que quiere.
Sus dos goles, al igual que ocurre con el de Guidetti, colocan al chileno en una posición idílica ante la afición, una posición que hace un año no se imaginaban muchos de los que lo criticaban.