Nadie tiene la bola de cristal para saber qué decisiones se tomarán con todas las posibles combinaciones de resultados en los próximos dos o tres partidos, pero parece muy tentador el macabro juego de ponerse en lo peor para ver cuánto de mal le puede ir al entrenador. Claro que a veces no se repara en que al equipo le irá exactamente igual de mal.
Cuando la palabra ultimátum se asoma a la vida de un club se activan, en mayor o menor medida, varios mecanismos tendentes a la autodestrucción y a que un equipo en dificultades, en lugar de reaccionar, se hunda más aún en los problemas. Imagínese que mete la pata en su trabajo. O un compañero. Cuando su jefe le tiene que exigir más atención o más trabajo, le aprieta las tuercas. ¿Que pasaría si el apretado es el jefe? ¿Qué va a liderar nadie si está en una posición de extrema debilidad con respecto a quien se supone que debería seguirle? Cuando se invierte la relación superior-subordinado es imposible que uno esté más cerca de lograr los objetivos comunes, sino más bien todo lo contrario.
Berizzo tiene las tuercas apretadas. A Berizzo le presiona la situación y le ampara… absolutamente nadie, porque el club no está por la labor de ayudar, ni lo hizo con Herrera ni lo va a hacer ahora. Berizzo está nervioso, ha dado muestras de ello en la sala de prensa y en Cornellá, sin ir más lejos. Pero a veces se pretende resumir todo el juego en quien no juega.
No sé si Berizzo tiró la copa, no me gusta esa expresión, que por otra parte es de uso común, pero sólo hace falta echarle un ojo al once del Celta-Athletic para darse cuenta de que pesó más la mala racha que la ilusión copera y prefirió dar prioridad a la liga de forma clara. Y, viendo lo que ha sucedido después, a lo mejor hasta se puede pensar si no iba tan desencaminado.
Cuando un equipo no gana, es demasiado fácil fabricar argumentos para atizarle al de siempre. La preparación física porque el entrenador no les pone a trabajar/les mata a trabajar, el vestuario que es un polvorín por culpa del entrenador, los jugadores que no corren porque el entrenador no les sabe motivar, o el clásico del balón parado, también culpita toda del entrenador. Revisen crisis pasadas de cualquier equipo y encontrarán estos argumentos de forma recurrente.
A lo mejor resulta que los tres primeros meses de competición los soñamos, o fueron gracias al espíritu todavía presente en A Madroa de Luis Enrique (¿y por qué no de Eusebio, ya puestos?). Berizzo usaba la fuerza del yoda Lucho hasta que el hecho de volver a concentrar a los jugadores tras el paréntesis del año pasado, o incidir en el trabajo físico al estilo Bielsa o Simeone le hicieron caer en el lado oscuro.
Lo cierto es que hay decisiones del entrenador criticables, que parecen ir a más según se le aprieta la soga al cuello, y que en liga sólo la derrota de Cornellá ha tenido mala pinta. Si el Celta sigue perdiendo partidos indefinidamente, el cese llegará. El cuándo, probablemente no lo sepa ni Mouriño, así que lo demás son elucubraciones e impaciencias que sólo favorecen el alimentar el monstruo de la crisis. El círculo vicioso de ultimátum-derrotas es algo así como una profecía autocumplida: Enunciar la tesis favorece que se produzca.
Que Berizzo se serene, que buena falta le hace. Y que Álex López salga al fin de su permanente intrascendencia. Y que Larrivey y Charles hagan de delanteros y marquen un gol alguna vez. Y que Nolito venza de una vez al general invierno. Y que Cabral deje el sufijo -ada para las vacaciones. Que Sergio regrese a la fiabilidad que se espera de un gato de Primera. Que el Tucu acabe de llegar a Vigo. O que Fontás recuerde octubre. Si un equipo juega mal, a los mejor los que juegan tienen algo que ver.