Vamos al grano. Aquel jueves estaba siendo un día intenso en Praza de España. El Celta, tras un largo mes de enero en el que habían llegado al club Demidov y Pranjic -sí, ya sé que muchos de ustedes han borrado de su memoria los nombres de estos dos fugaces jugadores célticos-, buscaba un futbolista de ataque que elevase el nivel de la plantilla en una temporada, la del regreso a Primera, en la que el equipo estaba padeciendo mal de altura.
A Miguel Torrecilla se le ocurrió llamar a la puerta del Granada para preguntar por un viejo conocido. Fabián Orellana no era feliz en la ciudad andaluza. Añoraba el cariño que le había dispensado la afición del Celta, que lo consideraba uno de los héroes del ascenso. En Granada no habían sabido entenderlo. Era titular, pero su rendimiento no estaba siendo, ni de lejos, el que había mostrado la temporada anterior en Vigo.
Cuando se supo el interés céltico en repescar al jugador chileno, el celtismo, necesitado de alegrías, estalló de euforia. Todo parecía perfecto: Orellana quería volver al Celta y el Celta quería que volviese Orellana. ¿Qué podía evitar tan feliz reencuentro? Pues la negativa del presidente del Granada, Quique Pina, a dejar marchar a un jugador para que reforzase a un rival directo.
Las negociaciones fueron duras. Celta y Granada se enfrascaron en un tira y afloja que a punto estuvo de mandar al traste la operación. El club celeste, con escasa disponibilidad económica en aquel momento, quería a Orellana cedido, tal y como había disfrutado de él la anterior campaña. Pina se enrocó. O traspasado o nada. El Granada pidió 1,8 millones de euros. El Celta ofreció solo 1 millón.
Pasaban los días y no había acuerdo. El 1 de febrero estaba cada vez más cerca. Miguel Torrecilla decidió cubrirse las espaldas y puso en marcha un plan B a pocas horas para que se cerrase el mercado de fichajes. Aquí fue cuando entró en escena nuestro antihéroe Marcos Caicedo.
El apellido Caicedo remite inmediatamente a Felipe, el actual delantero del Espanyol. Pero este es Marcos, un extremo izquierdo ecuatoriano que por aquel entonces tenía 21 años recién cumplidos. En 2012 había completado una buena temporada en el CD El Nacional, club en el que jugó cedido por el Emelec. Marcó 7 goles y repartió 6 asistencias ese año. Torrecilla pensó que podía ser una buena alternativa si finalmente no se cerraba el fichaje de Orellana.
Caicedo, por tanto, estaba preparado para hacer las maletas y dar el salto a Europa. Pero a las 23:56 del día 31, solo cuatro minutos antes de que se cerrara el mercado de fichajes, llegó un fax a las oficinas de Praza de España. El Granada, finalmente, accedió a vender a Orellana al Celta por 1,2 millones, para regocijo del celtismo, que aquella noche se marchó feliz a la cama.
Entremos ahora en el terreno de la ciencia-ficción. ¿Se imaginan que Pina no hubiese dado su brazo a torcer? Caicedo se habría convertido en el fichaje de última hora de aquel mercado de invierno y el futuro del Celta podría haber sido otro. Es cierto que Orellana decepcionó en esa segunda vuelta de la temporada 2012/13 y que incluso estuvo a punto de abandonar el equipo seis meses después, ya que no entraba en los planes de Luis Enrique. Pero el chileno acabó convenciendo al técnico asturiano y se ha convertido en un jugador fundamental a las órdenes de Berizzo, siendo importante partícipe del retorno a Europa del Celta.
¿Y qué ha pasado con Caicedo? Aquel tren se escapó y no ha vuelto a aparecer ningún otro tan goloso. Eso sí, su rendimiento no fue malo inmediatamente después de este traspaso frustrado al Celta. De hecho, en 2014 el Emelec lo vendió al León mexicano por casi 3 millones de euros. En el país azteca pasó por varios equipos y este mismo verano regresó a Ecuador para enrolarse en las filas del Barcelona de Guayaquil. Todavía es joven -en noviembre cumplirá 25 años- y si lo hace bien en su nuevo equipo aún podrían abrirse las puertas del fútbol europeo para él. Pero seguro que todavía se acuerda de aquel fax que llegó a las 23:56.
El Celta, tras esta historia con perfecta estructura dramática -una historia con final feliz, pero un drama al fin y al cabo-, ha optado por apartarse de la angustia y los sucesivos cierres de mercado posteriores han sido extraordinariamente plácidos. El último, el de este mismo miércoles. No hubo carreras de última hora en Praza de España. A pesar de ello, la afición cruzaba los dedos para que se produjese un milagro nocturno, pero en el club respiraban aliviados. Se vive mejor sin la obligación de tener un Caicedo en la recámara.