Los padres, más preocupados por la salud de los pequeños y la suya misma, meten en la mochila más prendas de las que puede poner el aspirante a futbolista. Sudadera, chuvasquero, jersey… Todo encima del pequeño y, en la superior de las cuatro o cinco capas de ropa, una camiseta del equipo. A favor de la elástica está que a los cinco años siempre es de talla grande. Una versión de pequeño futbolista cebolla. Nunca se vieron tantas capuchas sobre un terreno de juego. Pero no es la única innovación.
Además de indumentarias de colorines, entre los charcos del césped no hay árbitros y sí los entrenadores de cada equipo. Y es que en este partido no existe el resultado. Jugar y punto. «Lo concebimos como algo pedagógico para jugagadores, entrenadores y padres. Tienen que jugar los niños sin la presión del resultado, para aprender las normas, los padres tampoco tienen que estar pendientes de meter presión a los chavales ni al árbitro y los entrenadores tienen que aprender a dirigirlos y también a arbitrar los partidos. De esta forma, están obligados a hablar entre los preparadores de los dos equipos y entenderse», indica Belarmino Alonso ‘Milucho’, el impulsor de esta idea en Vigo.
La concepción es clara porque la vida esta llena de resultados por la televisión. «La medida tiene como objetivo que los jugadores, que son muy pequeños con cuatro, cinco o seis años, comiencen a aprender a leer el juego y tomar decisiones. Tienen que saber cuando sacar de banda y cuando es córner o saque de puerta. Así también aprenden el juego», indica el técnico y añade que buscan una cuestión tan sencilla como «recuperar la esencia del juego, que los niños salgan al campo a pasarlo bien con el balón y punto. No tienen que preocuparse de resultados, de goles ni de nada. Lo pasan bien entre ellos y ya está».
Y los pequeños lo hacen. Cuando hay un gol lo celebran y al tercero pierden la cuenta. No hay tabla para ver resultados ni clasificaciones. Uno con la sudadera gris y el otro con el chuvasquero amarillo. Casi todos persiguen el balón como descosidos. Ni táctica ni orden. El ordenamiento preferido es la patada a seguir hasta que llega un contrario y se cruza. Esto es lo mayoritario, pero también está el grupo de despistados. Los que rompen la rutina. Es el club de los que se ponen en la barrera y no se mueven aunque la falta terminó diez minutos antes. Está el que no huele el balón y termina por irse al lado contrario del campo o el que habla de forma constante con el entrenador. También aparecen jugadoras en medio de los equipos, cada día más numerosas, y conjuntos con dos equipos que cambian todo en cada interrupción.
Milucho indica que «en el torneo de Nadal también incluímos la novedad de que los jugadores tienen que estar, al menos, dos tiempos sobre el campo de los cuatro en los que divididimos los partidos. De esta forma, juegan todos y no está en el campo uno que es la estrella y otro se queda en el banquillo». Y así, los jóvenes jugadores de cinco o seis años, pasan una tarde de juegos bajo la lluvia. En la grada, hay padres callados y otros que gritan. Algo que no termina de gustar porque hay demasiada tensión en el fútbol base. Situaciones poco edificantes que se viven cada fin de semana y que, desde una pequeña posición en Vigo, se intentan combatir. «Por suerte no encontramos oposición. Tomamos esta decisión ya hace unos años en Samil y los equipos que quieren venir allí ya saben lo que hay», explica el técnico. Claro que de todo esto poco entienden los aspirantes a futbolistas. Ellos saben de balones, amigos y, si llueve, charcos. También en la ropa que me pondrá papá hoy en la mochila. Igual hay cuatro sudaderas y no me puedo mover… Si lluve, doy unos saltos por los charcos.