Así, el 31 de enero del año 2015 quedará marcado, de momento, como el inicio de un cambio político auspiciado por el descontento popular ante la descontrolada corrupción política y sindical, ante los abusos bancarios, ante la falta de una justicia igual para todos, porque, en realidad, Podemos aglutina la indignación, más que la convicción política. Incluso se podría decir que Podemos es un paraguas bajo el que se protegen los auténticos ideales democráticos de la gente corriente, muy alejados de la realidad que se está viviendo en este país.
Los titulares de los medios de comunicación nacionales e internacionales, como digo, han dejado constancia del acontecimiento, salvo algún importante diario alemán, que omite una información que a todas luces es noticia. De cualquier modo, lo que no resulta de recibo es la descalificación de algún periódico español de tirada nacional, que tilda a los manifestantes de «quijotes» cuando en realidad, y al margen de que se comparta o no esa postura política tan novedosa, merecen todo el respeto. Porque el respeto a las ideas ajenas está vinculado íntimamente con el concepto de la democracia. Un medio de comunicación que se postula como demócrata y al margen de una ideología y de una fuerza política concreta no puede insultar al pueblo. Estas posturas reaccionarias dejan claro, una vez más, que la democracia española es demasiado joven, y que todavía tenemos mucho que aprender de otros países como Francia o Estados Unidos.
El Partido Popular y el Partido Socialista, como fuerzas políticas mayoritarias en este país, han adoptado el acuerdo —-siquiera tácito—- de atacar a Podemos y en particular a sus dirigentes con objeto de debilitar su imagen ante un electorado dispuesto a llevarlos al triunfo. Sin duda, el PP y el PSOE viven atemorizados ante un cambio radical del bipartidismo, hecho a medida para ellos. Por contra, esos ataques favorecen cada vez más a la formación de Pablo Iglesias. Podemos no tiene que esforzarse mucho por ganar audiencia y apoyos, basta con esperar los ataques de sus contrincantes, que están trabajando indirectamente para esta nueva formación. ¿Por qué razón el PP y el PSOE no aportan soluciones reales a los problemas de España en vez de perder el tiempo atacando a Podemos? ¿Por qué se sigue permitiendo la corrupción en este país? ¿Por qué no se embargan todos los bienes propios y familiares de quienes han robado o dilapidado el dinero del pueblo y se les mete de una vez entre rejas? ¿Por qué prescriben los delitos de los políticos? Las preguntas que podrían formularse serían muy numerosas, sin embargo, todas las soluciones se reducen a la aplicación de la justicia con la lógica de la razón, y no con la conveniencia de quienes hacen las leyes, que son los propios políticos. Ahí radica, precisamente, el éxito de Podemos. Pero lo que tampoco debemos olvidar es a la ultraderecha española, que quizá esté comenzando a crecer en silencio a la sombra de los partidos ultraconservadores europeos, que van cobrando cada vez más fuerza.