Me gustan la política y la comunicación política. Si les sumo la televisión, que es otra de mis debilidades, y a la televisión le añado otro de mis vicios que son las redes sociales, la noche del 18 de octubre conseguí los ingredientes adecuados para darme un banquete que digiero, por fin, al expresar mi punto de vista.
En primer lugar creo que ese debate fue una tertulia. Un programa editado, es decir, en diferido y con la portada del Periódico de Catalaunya ese mismo domingo de aperitivo.
En segundo lugar creo que a pesar de todo ha sido un acierto, sí, un acierto para la Sexta y para Évole, un acierto porque existen las redes sociales, un acierto por la etiqueta #PabloVsAlbert, por los telespectadores, por Twitter, y sobre todo porque no debatieron ellos, debatimos nosotros. Esa fue la grandeza y ese fue el éxito y esa será la grandeza y el camino a seguir en estos nuevos tiempos de la política, en los que todos opinamos para todos y todos generamos tendencias, no solo ellos.
Nos encanta que nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo y nuestros seguidores lean lo que escribimos, sepan lo que pensamos y cómo lo expresamos. Y es ahí, donde reside el secreto, en la notoriedad del propio telespectador, del propio consumidor de información, del propio votante, que ahora ya puede decirle al candidato desde cualquier punto del mundo por qué le gusta o por qué no.
Eso hicimos el domingo, nos enzarzamos en un debate, no solo los de Podemos o Ciudadanos, también los del PP, los del Psoe, los de IU y hasta los que pasan de la política. Eso hicimos y eso nos gusta hacer, opinar, ironizar y sobre todo ser los más originales.
Porque analizándolo bien, llevamos muchos años viendo candidatos en los bares, enfrentándose a entrevistas agradables y no tanto, en tertulias y en debates de verdad, solos y rodeados de gente. Por lo tanto lo de la cercanía y la emoción ya está inventado, aunque algunos lo practiquen mejor que otros. Con lo que no contábamos hasta ahora era con este nivel de interactuación, esta actividad tan efectiva, tan instantánea y tan llena de adrenalina, pues la mayoría de los tuits la noche del domingo, igual que durante los partidos de fútbol, desprendían mucha adrenalina.
Si pensamos en campañas innovadoras y cercanas no tenemos que irnos muy lejos. En el 2009 mediante vídeos caseros y a través de Youtube vimos a Alberto Núñez Feijóo en la calle, en su casa, en mangas de camisa, fresco y espontáneo y nos gustó. No usábamos Twitter pero ganó las elecciones. Era el 2009 y se adelantó a sus contrincantes políticos con frescura a través de Youtube.
El hecho de que el pasado domingo los telespectadores pudiesémos agruparnos bajo la etiqueta #PabloVsAlbert nos puso a debatir a nosotros y no a ellos. ¿Lo entienden ahora? Pueden hoy los analistas matizar detalles pero el debate se dio en las redes sociales, como se están dando todos en los últimos tiempos y la victoria o la derrota (si es que competían) se la dio la audiencia con sus comentarios, que elevaron Albert a los cielos y condenaron a Pablo a los infiernos. Veremos que se les ocurre ahora para equilibrar el asunto, pues “los excesos no son buenos, ni siquiera en la virtud” (Santa Teresa dixit).
Concluyo con la firme convicción de que ahora los programas de televisión, las entrevistas e incluso los debates se orientan ya pensando en su impacto en las redes sociales y su posterior repercusión en los medios convencionales, un círculo atractivo en el que los unos se nutren de los otros y en el que, por cierto, participamos todos.