Anna Castillo protagoniza la nueva película de Albert Pintó, que se ha estrenado en Netflix, y la deslumbrante presencia de la actriz catalana llena una cinta cargada de tragedias y mensajes para recapacitar, en la que ella tendrá que sobrevivir pese a todo.
La premisa no resulta, por desgracia, tan impensable como podría caber. En un futuro próximo en el que el mundo se ha entregado a un capitalismo feroz, los gobiernos comprenden que ese ritmo de vida es insostenible y, en vez de apostar por una redistribución más justa de la riqueza, defienden que «no puede haber de todo para todos». Es decir, empujan a la población a una competencia inhumana de la que solo podrán salir indemnes los más ricos.
El resto no le importa a nadie, y el ejército cumple las funciones de brazo ejecutor de esa terrible política a base de eliminar a los que más recursos gastan: los niños y las mujeres embarazadas. La película muestra escenas horrendas en las que estos asesinos de uniforme masacran a barrios enteros de gente con pocos recursos y, cuando descubren contenedores llenos de emigrantes ilegales, terminan con ellos a balazos sin inmutarse lo más mínimo.
Una mujer corriente
Esa es la enseñanza de la primera parte del metraje de Nowhere: que no es tan difícil olvidar que todos somos humanos y entregarnos al odio hacia los diferentes. La protagonista absoluta de esta historia, Mía ―interpretada de una forma soberbia por Anna Castillo― es una mujer corriente que ya ha sufrido la muerte de una hija por ese malvado régimen totalitario y, aun así, no ha perdido la ilusión de traer nueva vida a este mundo. Su mirada limpia y esperanzada transmite que sigue creyendo en el espíritu humano, a pesar de todo, y es ese mismo empeño en salir adelante, en crear una familia y en dar algo bueno a esa realidad tan cruel lo que hará que no deje de enfrentarse nunca a las adversidades.
Tamar Novas
Ella y su marido, Nico ―Tamar Novas―, intentan fugarse a Irlanda, en vista de que la Unión Europea se ha vuelto un espacio donde no se puede vivir en paz. Junto con otras muchas personas en su misma situación, la mayoría mujeres, se encierran en contenedores metálicos, con los que una organización de la que no llegamos a saber mucho pretende llevarlos a lugar seguro. El plan consiste en transportarlos como mercancía hasta un puerto desde el que logren abandonar el país, sin embargo las cosas no van a salir de ese modo.
Mía se ve de pronto sola en el interior de un contenedor que viaja en un barco por mitad del océano, justo cuando una tormenta hace que pierda casi toda su carga, que queda flotando a la deriva. De ahí en adelante, la protagonista tendrá que emplear su ingenio, y lo poco que hay en el interior de las cajas, para sobrevivir a una travesía sin rumbo y a las muchísimas dificultades que le van a surgir.
Historia clásica de superación
El guion de esta película es una mezcla de originalidad y terreno ya conocido, de historia clásica de superación que se ocupa de justificar con un trasfondo socio–político particularmente cruel. Pero, sin duda, la gran baza es Anna Castillo, una actriz que llena la imagen y convierte a los espectadores en cómplices de su tragedia, que inunda la pantalla con una gama tan completa de emociones que abarcan la vida, la muerte, la esperanza, la maternidad, la pareja y el sacrificio. Y también muchas más cosas que no puedo contar sin desvelar secretos de la trama.
Hay aventuras tan espeluznantes que nadie querría verse en una así, pero también es cierto que hay sueños por los que siempre merece la pena seguir luchando. Y por desgracia es muy fácil olvidarnos de ellos y rendirnos al odio. Esta cinta es un llamamiento para que nunca dejemos que eso pase.