¿Cuánto valor profesional tenemos las enfermeras y enfermeros? Mucho para la ciudadanía, poco para algunos anquilosados estamentos de nuestra sanidad y nada para la mayoría de nuestros responsables públicos y políticos.
Esta es la lamentable realidad que seguimos sufriendo el colectivo profesional sanitario más numeroso de nuestro país y el más minusvalorado por aquellos que dicen trabajar para mejorar la salud y bienestar general lanzando soflamas y compromisos vacíos que no son más que demagogia política de corto recorrido.
Éramos, somos y seremos los profesionales que consiguen levantar cada día nuestro sistema sanitario, los que hacemos posible que 47 millones de personas reciban la atención y cuidados que mejorarán su calidad de vida, en cualquier momento y en cualquier lugar.
Profesionales, no héroes, que salíamos cada día de nuestra casa cuando el resto de la sociedad debía permanecer confinada y nos enfrentábamos a un nuevo virus del que solo teníamos la nefasta certeza de que era devastador. Somos los que, dos años después, seguimos acudiendo a nuestro centro sanitario o sociosanitario para que ni una sola persona quede desatendida pese a que, de manera preocupante, siguen faltando medios y recursos.
Una actividad frenética que nos ha vaciado, por dentro y por fuera. No somos ni nunca seremos los que éramos antes. La soledad, el dolor y la impotencia sentida y vivida en otros y en nosotros mismos nos ha cambiado. Nos hemos dado cuenta de que somos más fuertes de lo que pensábamos, que nuestros límites de esfuerzo y dedicación son mayores de lo que creíamos, pero también que no existen corazas ante el tsunami emocional experimentado.
Y también nos hemos dado cuenta, muy a nuestro pesar, que estábamos y seguimos estando solos porque aquellos que juraron un cargo prometiendo velar por el interés general han vuelto a cerrar las puertas y ventanas de sus despachos para no oír el clamor profesional y ciudadano que exige acabar con la situación de un sistema sanitario roto y cada vez más precarizado.
Ni antes ni después de la pandemia han trabajado para garantizar unas ratios adecuadas y seguras de enfermeras y enfermeros en todos los centros sanitarios y sociosanitarios que nos eviten hacer nuestra labor asistencial y de cuidados en una penosa situación de sobrecarga, tensión, estrés y ansiedad que nos afecta a nosotros y, por supuesto, a los pacientes y ciudadanía, poniendo, incluso, en riesgo su seguridad y salud.
Ni antes ni después de la pandemia han trabajado para acabar con unos altísimos niveles de precariedad y temporalidad que son denunciados de manera reiterada por Europa y que provocan la fuga de miles de profesionales a otros países, ni tampoco buscan nuestro respeto y dignidad profesional, propiciando nuestra clasificación en el Grupo A, sin subgrupos, o poder optar a la jubilación anticipada de manera voluntaria.
Ni antes ni después de la pandemia han trabajado para acabar con la situación de discriminación y desigualdad que sufren miles de profesionales por el mero hecho de trabajar en una comunidad autónoma u otra, en aspectos como la jornada laboral, el desarrollo de la carrera profesional o el solape de jornada, entre otros, o la que padecen las enfermeras y enfermeros de la sanidad privada cuyas condiciones laborales son incluso peores.
Nos ven como un recurso bueno y barato de quita y pon, al ofrecer excelentes resultados laborales y profesionales a un coste irrisorio para las arcas del Estado y de las comunidades autónomas, y, además, y en eso se equivocan, como un colectivo desunido y poco reivindicativo.
Se equivocan porque, si bien es cierto que hasta hace unos años no éramos conscientes de la fuerza e importancia que teníamos dentro del sistema sanitario, ahora, las más de 300.000 enfermeras y enfermeros de nuestro país sabemos perfectamente que somos el motor de desarrollo y sostén de la sanidad.
Y se confunden también si creen que vamos a permanecer pasivos ante los continuos desagravios hacia una profesión que es absolutamente vital para la salud y bienestar general de la sociedad en la que vivimos.
El año que ahora comienza va a ser muy diferente en muchas cosas. Ha llegado el momento de que todo el colectivo, unido y con una sola voz, protagonice un movimiento reivindicativo en el conjunto del Estado para lograr las mejoras que demandan y requieren los profesionales y la ciudadanía en su conjunto. Comenzaremos el próximo 10 de febrero con concentraciones en los centros de salud de las capitales de provincia.
Nuestra organización buscará la participación de todos los profesionales para que, de manera activa y presente, digan alto y claro a nuestros responsables públicos y políticos que las cosas no pueden seguir así. Ni los ciudadanos y ciudadanas ni las enfermeras y enfermeros nos merecemos un futuro con más inseguridad, incertidumbre y una perjudicial falta de atención y cuidados.
En 2022 dejaremos atrás el bochorno, indignación y hastío que nos ha provocado la inacción y desinterés culpable por parte de las administraciones y partidos políticos y los convertiremos en acción y movilización. Será el año del cambio por mucho que a algunos les pese, porque la fuerza generada por la unión de las enfermeras y enfermeros de nuestro país es y será imparable.