¿Cómo pretenden conseguir esa igualdad de facto sin tomar medidas drásticas al respecto? Y cuando digo drásticas, me refiero a auténticas medidas que hagan que las mujeres nos incorporemos al mercado laboral en igualdad de condiciones que los varones.
Las mujeres siguen siendo una mayoría apabullante a la hora de solicitar permisos para el cuidado de hijos o familiares. Frente a cuarenta mil mujeres que solicitan una excedencia para ocuparse de los suyos, hay dos mil varones que lo hacen. Los hombres, además, suelen acogerse a permisos cortos y retribuidos, mientras que las mujeres reducen o pierden su salario.
Las empresas deben de cambiar su modo de trabajar, facilitando la conciliación tanto a hombres como mujeres para conseguir que estas cifras discriminatorias se reduzcan. Pero, claro, estamos en crisis, esa crisis que no remonta por mucho que desde los partidos en el poder nos traten de convencer de lo contrario. Y las mujeres son las que más lo están sufriendo, puesto que son las más vulnerables a perder su puesto de trabajo e incorporarse a uno nuevo.
Después llegamos al tema de la discriminación positiva y a la ley de cuotas, que se ha implantado con éxito en muchos países de nuestro entorno, haciendo que las mujeres atraviesen un techo de cristal que se les negaba. Pero aquí, en España, todavía hay muchas reticencias al respecto. He escuchado muchas veces, a las mismas mujeres, argumentar que quieren llegar a puestos directivos por propios méritos, no porque se impongan unas cuotas que les faciliten ascender. Pues bien, creo que se equivocan. Las noruegas, francesas, italianas, belgas, holandesas, británicas, y desde hace poco alemanas y suecas, lo tienen claro, o las dejan llegar por ley y bajo el riesgo de sanción, o no llegan nunca. Se ha impuesto el pragmatismo.
Las mujeres no queremos ser una especie protegida pero, si nuestras capacidades son similares, queremos las mismas oportunidades. Así de simple.
Si hoy en día, en todos los países desarrollados, las mujeres alcanzan niveles educativos superiores a los hombres, y España no es una excepción, ¿cómo es posible que solo haya un 10% de embajadoras, un 20% de catedráticas o un 18% de mujeres en los consejos de dirección de las empresas privadas, por poner un ejemplo? ¿No parece así, a botepronto, que se está desperdiciando talento a raudales?
En 2007, en España, se puso en marcha una Ley de Igualdad que recomendaba, que no imponía, esto es importante, el aumento de mujeres en consejos de administración. El avance fue irrisorio, comparado con otros países en el que se sanciona a las empresas que no lo cumplen, por supuesto, sobre todo si tenemos en cuenta que las pocas que hay cobran hasta tres veces menos, de media, que sus homólogos masculinos.
La solución pasa, desde mi punto de vista, por priorizar siempre la valía frente al sexo, y hacer que los mejores lleguen adecuando las medidas oportunas para que esto se produzca. Pero, temporalmente, y para que esto llegue a buen puerto, hay que facilitar que las mentes más reticentes a este cambio se conciencien de esto.
¿A qué estamos esperando?