Napoleón afirmaba años más tarde: “La naturaleza quiso que las mujeres fuesen nuestras esclavas”. Menuda frase lapidaria del exponente de la Ilustración.
Ya a mediados del siglo XIX el gran filósofo Schopenhauer escribía: “Sólo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales. (…) Durante toda su vida siguen siendo niñas grandes, una especie de estado intermedio entre el niño y el hombre, (…). Constituyen el sexus sequior, el segundo sexo, inferior en todos los aspectos al primero”. Aunque muchos pensadores a lo largo de la historia han sido misóginos, es difícil encontrar alguno que haya llevado tan lejos la misoginia como Schopenhauer. Pobrecillo, comenta la maledicencia que tenía una madre muy dominante.
Darwin, solo un poco después, dejó claro que la evolución no había sido tan generosa con la mujer como con el hombre, exponiendo: “La mujer parece diferir del hombre en disposición mental.(…) En general, se admite que las facultades femeninas de intuición, de percepción rápida y tal vez de imitación son mucho más marcadas que las del hombre, pero por lo menos algunas de estas facultades son características de las razas inferiores y, en consecuencia, de un estado de civilización pasado e inferior”. Vaya, ni la ciencia nos avalaba.
En pleno siglo XX el gran dramaturgo español Jardiel Poncela nos negaba hasta el aspecto espiritual, diciendo: “El secreto del alma de las mujeres consiste en carecer de ella en absoluto”. Y nuestro insigne Nobel de Literatura, el señor Camilo José Cela, exponía socarrón: “Las mujeres están para ser gustadas. Después, unas se dejan, otras no…Eso va por provincias”. Menuda guasa la del gallego, para mondarse
En pleno 2016, habiéndonos quitado de encima el sambenito de lerdas, inútiles, incubadoras humanas y demás perlas que se nos han atribuido por parte de personajes ilustres y no tan ilustres, escuchamos cosas como: “Si yo me entero que mi mujer ha dado mil euros, la corro a bofetadas” (cuñado de súper ex alcaldesa).
Otras, como: “¿Cerró bien las piernas?, ¿cerró toda la parte de los órganos femeninos?» (Magistrada de un Juzgado de Violencia sobre la Mujer de Vitoria, interrogando a una mujer víctima de violencia machista). Y esta, que no tiene desperdicio: “La mayor parte de los casos de mujeres asesinadas ocurre porque sus parejas o ex parejas no las aceptan o las rechazan por no aceptar tal vez sus imposiciones» (Arzobispo de Toledo).
Y ahora viene mi reflexión: ¿Dónde estamos? ¿En qué lugar del camino nos encontramos? ¿Hemos avanzado tanto como creemos?, porque a la vista de los últimos acontecimientos mediáticos, parece que para algunos no estaría tan desactualizada la Carta a los Efesios de san Pablo en el siglo I a. J.C., cuando refería: “Que las mujeres respeten a sus maridos como si se tratase del Señor, pues el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza y al mismo tiempo salvador del cuerpo, que es la Iglesia. Y como la Iglesia es dócil a Cristo, así también deben serlo plenamente las mujeres de sus maridos”. Amén.
¿Amén? ¡Y un cuerno!, quería decir.