En este sentido, internet es el vehículo de propaganda y comunicación más abierto y democrático, el más libre, precisamente, el que utilizan los terroristas. La mayoría de las personas desconocen lo que significa “Internet profunda”, la parte sumergida y oculta de un enorme iceberg donde opera la mayoría de los maleantes parapetados con inocente información de tipo académica y personal. E invito al lector a que se sumerja en esas profundidades para darse cuenta de lo variado y asombroso de sus contenidos. Pero no es tan sencillo hacerlo si no se cuenta con el entrenamiento o preparación adecuada, algo a lo que sí tienen acceso los terroristas. Mientras tanto, nosotros, los del mundo desarrollado y democrático, seguimos con nuestras reglas del juego.
Los llamados terroristas están convencidos de estar haciendo una guerra, de combatir en un terreno sin fronteras y con armas rudimentarias, pero capaces de hacer daño donde más duele. Y lo curioso es que viven con una mentalidad de la Edad Media, pero utilizando la tecnología de comunicación más novedosa que acabamos de mencionar: internet profunda, y también la no tan profunda. Es necesario, por lo tanto, que todos los países desarrollados aparquen sus diferencias y abran nuevos caminos de vigilancia. Eso supone una merma de la libertad, pero se trata de ceder parte de esa libertad a cambio de la seguridad, de salvaguardar lo fundamental de nuestra democracia, en caso contrario, de seguir por el camino actual, el Islam más radical hará trizas nuestro sistema. Son ellos —los radicales— o nosotros, y no hay otra alternativa. A tal fin, los legisladores deben facilitar el necesario respaldo legal para que los guardianes de nuestro sistema puedan actuar en una acción legal y global contra el terrorismo, vigilando los confines ocultos de ese medio tan democrático llamado internet.