Hoy he querido escribir a Vigoé con motivo de la celebración del Día Internacional de la Enfermería. Yo, que soy de otra época, que empecé mis estudios en el año 1960 y que estuve trabajando sin parar hasta 2007. No sé si le puede interesar a la gente mi historia, pero creo que sí, por lo que tiene de actual, aunque parezca mentira. Dejadme que os cuente algunas cosas y veréis como tengo razón.
Para mí fue fantástico entrar en la Escuela de Enfermería y lo hice con una ilusión tremenda. Mi madre ya había sido enfermera de Cruz Roja en Ceuta y desde siempre, en mi casa, yo había escuchado sus historias sobre el cuidado de los pacientes y que a ella le gustaría que yo siguiera sus pasos. Y a mí me encantaba esa idea.
La profesión había cambiado mucho de su generación a la mía, porque hay que pensar que aquello fue en la época de la guerra y mi madre tuvo que hacerse cargo de un trabajo para el que ella misma reconocía que no estaba preparada, como las curas de las amputaciones. Las circunstancias la obligaron a algo así y ella había sido feliz de poder ayudar, pero tanto la preparación como los medios que teníamos en mis años de trabajo habían mejorado muchísimo ya desde los suyos.
Mis años de formación fueron preciosos y eso se reflejó luego en el trabajo. Estudié en lo que entonces era la Escuela Nacional de Puericultura, en Madrid, y de allí salíamos ya con bolsa de trabajo, así que no me tuve que preocupar de buscar ofertas. Eran otros tiempos. Me acuerdo perfectamente de la entrega de diplomas y del cóctel que nos dieron en la misma Escuela. Para mis padres fue una ilusión enorme, pero sobre todo para mi madre, que veía que su Mari Pili se hacía enfermera, como ella.
Estábamos todas muy ilusionadas por empezar a trabajar. Además, yo me especialicé en Materno–Infantil, porque mi mayor interés era ayudar a nacer a los niños, y a eso es a lo que me he dedicado principalmente durante mi trayectoria profesional, más teniendo en cuenta que, durante muchos años, no era obligatorio que asistieran al parto los médicos, sino que en general lo hacíamos las matronas y las enfermeras de paritorio, salvo los partos complicados. Así que, en cincuenta años de trabajo, podéis imaginar la de niños que he traído al mundo, y eso es lo que más satisfacción me produce.
La profesión ha cambiado mucho en este tiempo, hasta un punto que la gente de hoy no se creería, como cuando pinchábamos las inyecciones intramusculares con jeringas hervidas, porque no existía el material desechable. O cuando liábamos las vendas con una máquina que las enrollaba. O aquellos guantes de goma que usábamos entonces, que no se tiraban, sino que había que revisar si tenían algún agujero, y entonces se les ponían parches por dentro a base de trozos de guantes viejos que conservábamos en una caja con polvos de talco. No se imagina nadie cuánto ha cambiado la profesión gracias a los materiales desechables, tanto la higiene como la facilidad del trabajo, y eso repercute en una mayor supervivencia de los enfermos y mejores condiciones de vida.
Yo ya no viví la llegada del ordenador, eso sí, que también supuso una revolución. En mis tiempos, todo se llevaba en papel, igual las historias del hospital como las revisiones laborales, que también hice, en empresas como Telefónica o en los estudios Moro de cine. Pero luego ya me centré especialmente en el quirófano.
El ambiente de trabajo en los años 60 era muy bueno, con respeto y dedicación, con confianza entre todos y buena relación de unos con otros. Había pasado ya la época terrible de la posguerra, del hambre y la necesidad, y los españoles empezábamos a vivir con mayor bienestar en nuestro día a día. La economía de las familias era más boyante y eso se notaba en los centros sanitarios, que iban estando mejor dotados, tanto en maquinaria como en técnicas quirúrgicas pioneras. En aquel entonces, ya operábamos de cataratas, y el cristalino patológico se extraía con una ventosa, que era algo revolucionario en esa época, pero que los oftalmólogos de ahora ni han conocido. La tecnología es lo que avanza más deprisa en nuestro trabajo y además en muy poco tiempo.
Sin embargo, hay otras cosas que siguen siendo iguales, y así es como tiene que ser. La base de nuestra profesión es el trato con los pacientes —porque son pacientes, no clientes, como oigo a veces, y ese matiz es muy importante—. Ese trato siempre debe ser respetuoso y humano a la vez, llamar a las personas por su nombre, entender por lo que están pasando y tratar de ayudar en la medida de nuestras posibilidades. Comprender que son personas que buscan tu apoyo, más allá de simplemente administrar una medicación. Ese apoyo también es una medicina y cura más que muchas pastillas.
El enfermo, antes que nada, es una persona, no un hígado o un riñón o un corazón, y siempre tenemos que tratarlo como tal.
Como ya he dicho, la evolución tecnológica ha sido muy rápida, pero los valores son los mismos siempre, y eso es, en realidad, lo más importante de nuestro trabajo. De nada te sirve tener muchas máquinas si no sientes los valores de la Enfermería y no los aplicas a esas personas a las que estás cuidando.
Es una vida dura y hay situaciones muy complicadas, como acompañar a alguien en sus últimos momentos o dar una mala noticia a la salida de un quirófano, pero a día de hoy, si regresara a cuando decidí estudiar Enfermería, volvería a hacer lo mismo. Volvería a ser enfermera sin dudarlo, y volvería a aquella época de los años 60, con todas las carencias y toda la falta de material o de técnicas de las que se hacen ahora, porque teníamos la ilusión y el amor por nuestro trabajo, que hacía que incluso las guardias más duras se vivieran con convicción.
Todos los sanitarios somos humanos, claro está, y tenemos las limitaciones lógicas por serlo, pero la satisfacción que produce un trabajo como este no se puede describir con palabras. Es un orgullo enorme poder acompañar a una persona en sus momentos más amargos y poner tus cuidados, tu sonrisa y tu dedicación para que lo lleve lo mejor posible.
Solo espero que cada profesional que trabaja hoy en día pueda, en su jubilación, mirar atrás en el tiempo y ver sus años de trabajo con el mismo disfrute que veo yo los míos. Que sepa que ha hecho bien y que le ha merecido la pena, porque a mí es eso lo que me ocurre.
Que todos tengamos un hermoso Día Internacional de la Enfermería.
María Pilar Cabezón Ibáñez
Enfermera