- – Pues no, no parece el mismo, dijo uno.
- – No, claro que no, no tiene nada que ver con lo que era, contestó otra.
- – No hay más que fijarse en sus ojos, la mirada no es la misma, algo le ha pasado, apuntó un tercero.
Estos interlocutores no estaban hablando sobre nuestro presidente del gobierno, ni sobre Núñez Feijóo, sino sobre otro político que vivía durante años en una burbuja de éxito constante, y no es otro que el Alcalde vigués, Abel Caballero.
Pero llegó el maldito Covid que nos metió a todos y a la fuerza una temporada en casa y lo trastocó todo. El Alcalde ya no podía estar presidiendo veinte actos al día y saludando a media ciudad paseando por el centro. Todos lo pasamos mal en esa época encerrados pero D. Abel lo tuvo que pasar peor, porque le faltaba el chute del contacto del político con su pueblo.
A la vuelta del confinamiento ya nada volvió a ser como antes, hubo algo que se rompió y nuestro regidor no volvió a ser el mismo. Cuando antes todo eran parabienes hacia su persona, ahora El podía escuchar críticas sobre su gestión.
Había gente que no veía bien el proyecto de las rampas de la Gran Vía, inconcebible, ahora que podremos subir hasta El Corte Inglés sin despeinarnos y ¡hay personas que no lo ven! D. Abel no lo podía entender.
Pero las cosas no paraban ahí, más críticas por la caída de dos arboles (de gran porte) al lado de la estatua de S. Juan Bosco. ¡Pero si eso fue un error (un poco grosero) de la empresa constructora del proyecto! El señor Caballero no daba crédito.
Pasaron unas fechas y los bomberos vigueses otra vez en guerra por sus horarios laborales y sus horas de descanso. ¿Pero voy a tener que ocuparme yo de todo?, decia nuestro Alcalde con toda la razón. Que se ocupe el concejal correspondiente, ¡esto es el colmo!
Pues todo esto parece que no era suficiente. D. Abel firmaba hace nada un «gran acuerdo» con la ministra de Hacienda, para que el inquilino de La Moncloa pueda disfrutar de los fondos acumulados por los concellos españoles. Aquí las protestas ya no eran vecinales sino que alcaldes repartidos por todo el país se habían puesto en pie de guerra contra el citado acuerdo.
Aquí sí que Abel Caballero ya no pudo aguantar más. Un periodista entonces le preguntó si pensaba dimitir de la presidencia de la FEMP. El Alcalde no contestó, y pensó que no había que llegar tan lejos. ¿Dimitir yo? Esto ya era el acabose, el Apocalipsis, la tormenta perfecta, el fin del mundo.¡Pero hasta donde hemos llegado!
Entonces el Alcalde recompuso el rostro y su jefa de gabinete le avisó que tenía que acudir al Castro que habían descubierto un pasaje subterráneo que no se sabía hasta donde llegaba.
Don Abel cogió el casco de obrero y el chaleco amarillo y se dispuso a subir al monte vigués. Con lo que yo hago por mi ciudad y por todos los concellos del país y así me lo pagan, ¡desagradecidos!