Hablar de Antía Cal es hablar de su gran obra pedagógica: la Escola Rosalía de Castro, actualmente en el número 91 de la Estrada de Bembrive, en Vigo. Su insigne colegio comenzó su andadura en un piso de la viguesa Rúa Pizarro en el año 1961 y al año siguiente se trasladó a las instalaciones de la Gran Vía, en la esquina con la Carretera Provincial. Años más tarde, el edificio se quedó pequeño y Armando Priegue, como presidente del patronato de la Escuela, propició que se trasladara a su ubicación actual.
Desde sus inicios, su sistema educativo de la Escuela ha resaltado por su calidad, por su carácter laico y por lo novedoso de sus métodos pedagógicos, basados en tendencias educativas revolucionarias para la época.
En la Escola Rosalía de Castro se implantó la educación en inglés desde la edad de tres años, con profesorado nativo; una clase en español y otra clase en inglés, de modo alternativo. Anecdóticamente, una de las primeras cosas que el alumnado aprendía en inglés era cómo pedir permiso para ir al baño (“May I go to the toilet?”). Además, también se incluyó la enseñanza del gallego en unos tiempos en los que era impensable; constituyó un hito educativo.
Otra característica novedosa era la formación en unos valores que resultaban rompedores y que hoy todos imitan: educación en igualdad de género, educación para el respeto a los demás y con una libertad bien entendida, con la participación del alumnado y con el diálogo como herramienta de comunicación.
Las aulas, en vez de numerarse de modo tradicional, se bautizaron con nombres de figuras de mujeres y de hombres significativos: Maria Montessori, Castelao, Madam Curie, Cruz Gallástegui, Concepción Arenal, Otero Pedrayo, Carlos Maside, Bertran Russell, Irmandiños, Alexandre Bóveda…
El hábito de la lectura se inculcaba desde la edad más temprana, al igual que el trabajo en equipo y las artes plásticas, de tal modo que las paredes de la Escuela se fueron llenando de trabajos realizados por grupos de alumnos; cada clase realizaba un mural que a veces tardaba varios cursos en rematarse.
Mención aparte merecen las salidas pedagógicas, cuando lo habitual en otros centros era realizar simples excursiones. Todos los años, por ejemplo, el alumnado de un determinado curso de la Escola se desplazaba a Andalucía para visitar las minas de Riotinto, o a El Bierzo para conocer Las Médulas. El profesorado realizaba actividades formativas interdisciplinares previas para preparar las visitas, y luego se aprovechaba todo lo aprendido para trabajos posteriores en todas las áreas: historia, ciencias, física, plástica…
El mayor premio que podía recibir el alumnado de la Escola no era una nota numérica elevada, sino una simple estrella dibujada en el cuaderno o en la mano. Eso era un gran orgullo que todavía podía ser mayor cuando la estrella incorporaba unos puntos que equivalían a luceros.
Esto y muchas cosas más que sería largo enumerar son las que distinguen a la Escola Rosalía de Castro. Todo el alumnado que pasó por sus aulas recuerda su sistema educativo, las numerosas anécdotas estudiantiles, y el magnífico profesorado de las diferentes etapas. Ahora, con el fallecimiento de Antía Cal, la Escuela Rosalía de Castro se ha quedado huérfana. Sin embargo, el espíritu de su fundadora seguirá presente en todos sus rincones y en el recuerdo de su alumnado, en el de los padres y madres que confiaron en la Escuela, e incluso con un puesto destacado en la historia de Galicia, porque Antía Cal era una pedagoga singular.