Un día así, que en realidad son tres o incluso una semana, era imprescindible. Porque cuanta más ropa tengo, menos sé que ponerme. La camisa a cuadros me pide a gritos una chaqueta lisa y la americana de “tweed” beige se desvive por un suéter de lana virgen. Para el viernes que arranca el “finde”, ir de casual obliga a tener unas zapatillas deportivas a juego con la camiseta por fuera de la bomber estilo militar o la cazadora vaquera de borreguito blanco y un pañuelo divertido para el cuello y para el frio. Que tenga un bolsillo interior para el Iphone 17, o como debe pronunciarse con resignación cuando firmamos el documento para su financiación a 12 meses con intereses, el “Ay Phone”.
Me vuelvo loco, ni el armario ni la cartera están preparados para esta orgía del consumismo y la necesidad artificiosa asumida por la masa y alimentada por el interés de hacer caja de las marcas, multinacionales y comerciantes en general, ansiosos por incrementar su margen de beneficio, o por simple necesidad de supervivencia. La moda y la tecnología se reinventa para que nunca podamos estar a la última. Mi smartphone se ha cargado el puesto de trabajo del noventa por ciento del personal que me atendía en mi entidad bancaria y ya casi ni me necesita para pagar mis caprichos. Pronto veremos como el cordel para sujetar los pantalones que sostiene el hambre y la miseria en muchas partes, se transformará en tendencia de verano, en todos los colores y variedad de materiales.
No sé en qué momento bajé los brazos, me dejé derrotar y abracé la cálida luz de los escaparates y el armonioso sonido de los anuncios que me recuerdan que no puedo vivir sin una fragancia u otros vaqueros, esta vez rotos porque de los normales ya tengo. Pero por fortuna en los momentos de lucidez alcanzo a pensar que en realidad todo es un invento para quitarnos el dinero y de paso acabar con los recursos del planeta y llenarlo de basura, relegando sin escrúpulos las verdaderas necesidades vitales de las personas. Camino absorto con esta reflexión hasta que me llama la atención una preciosa trenka verde del Pull and Bear. Tiene un hueco con cremallera para mi libro electrónico y parece que sisea mi nombre. Debe ser Amancio Ortega, que me necesita para llegar al número uno de la lista Forbes. Pues allá voy, que me ahorro un veinte por ciento con el “blacfraidei”; y con esa idea mi culpa por ser esclavo de la moda, se diluye.