Las alabanzas que en justicia le corresponden no se han hecho esperar y todo el mundo destaca su singularidad como persona y como poeta. Ha sido, sin duda, el poeta de habla castellana más internacional de esta época, porque Carlos Oroza escribía y hablaba en castellano. Pero sobrará gente que se dedique ahora a enumerar todas esas calificaciones. Incluso le sobrarán amigos que en otros tiempos le dieron la espalda y que ahora intentarán vivir a costa de su recuerdo y de una valía que en algunas personas motivaba —-y seguirá motivando—- la envidia.
Carlos Oroza era singular, ya digo. Y su conversación nunca era baladí, en ningún momento, y en la mayoría de las ocasiones resultaba tan densa que obligaba a ejercitar todas la neuronas; su conversación era profunda e inteligente. Abogaba por el revisionismo de la cultura, por unos nuevos planteamientos diferentes a los establecidos. Y siempre observaba la realidad que le circundaba: las calles, las gentes, el paisaje urbano… Y con esas observaciones construía la poesía en el interior de su mente para luego recitarla con enorme energía, hasta en los últimos días.
Yo recuerdo a Carlos Oroza paseando por las calles de Vigo, su ciudad adoptiva desde hace muchas décadas —-porque era nativo de Viveiro—-, con las manos a la espalda y con un caminar lento, pero decidido, pasando inadvertido. En ocasiones se sentaba en alguna terraza para leer la prensa y tomarse un café, habitualmente en soledad, en silencio, con la única compañía de un cigarro entre sus dedos, porque fumaba un cigarro tras otro y lo hizo hasta sus últimos días.
Recuerdo que fue el gran pintor Nelson Vilallobos quien me presentó a Carlos Oroza. El encuentro tuvo lugar en la inauguración de una exposición de pintura de Xulio Fontes en el Hotel Junquera, de la que yo realicé la presentación. Enseguida surgió una buena y desinteresada amistad y tuve el gran honor, además, de colaborar en la organización de varios eventos en los que él fue el protagonista principal, uno de ellos el homenaje que se le hizo en el Gran Hotel de Mondariz Balneario. Y otro de ellos fue la entrevista que nos concedió para el programa “E vostede quen ven sendo?”, de TeleVigo, seguramente la última entrevista que concedió.
Pero la persona que realmente ha conocido en profundidad a Carlos Oroza es el editor Javier Romero, de Editorial Elvira. Javier Romero le tendió una mano cuando más lo necesitaba, cuando Carlos Oroza paseaba su soledad por las calles de Vigo sin que ninguna persona —-ni los que ahora presumen de su amistad al abrigo de su fama y valía—- se preocupara de solventar sus necesidades básicas. En esos momentos, Javier Romero fue quien lo arropó desinteresadamente para que no le faltara de nada y para que su obra completa viera la luz bajo el título de “Évame” (Editorial Elvira), hasta convertirse en su auténtico amigo y confidente. Carlos Oroza ha fallecido, pero, aunque resulte paradójico, ya es inmortal, porque siempre estará en el recuerdo de quienes tuvimos la fortuna de conocerlo, y porque forma parte del selecto conjunto de poetas más trascendentes de nuestra cultura. Y Javier Romero es ahora el mejor albacea de sus opiniones y de sus recuerdos.
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