Las declaraciones de Corina Larsen sobre el Rey Emérito, Juan Carlos I, en la entrevista que le han realizado para la BBC, han puesto patas arriba las opiniones sobre monarquía española. A tenor de esas declaraciones, opino que cada ciudadano español debería escribirle una carta al Rey Emérito, el mismo que según se dice es el de todos los españoles, para pedirle explicaciones y para exigirle responsabilidades. Porque un Rey debe ser el primero en dar ejemplo de responsabilidad, de honradez y de patriotismo. Pero el problema, en mi caso, es el comienzo de esa carta.
Yo no podría comenzar la carta al Rey Emérito poniendo “Majestad” o “Su Majestad”, ni mucho menos “Mi Majestad”, porque hace muchos años, viendo cómo funciona la monarquía española, he ido perdiendo credibilidad en los Reyes, y eso que el Rey Felipe VI, al que su padre ha dejado una herencia envenenada, de momento, me parece honrado. Ahora ya no creo en los Reyes, ya digo, y mis ideas son más bien republicanas, absolutamente pacíficas, pero republicanas. Yo creo que la base de la unidad de España es el propio pueblo español. La unidad de España no depende de que tengamos al frente a una persona que ha heredado su cargo porque se ha ido transmitiendo en su familia de una generación a otra. Lo lógico sería que el pueblo eligiera democráticamente a la persona que lleve los destinos del país. En fin, para qué pagar y aguantar a un rey que no hemos elegido.
En la carta tampoco podría poner “Estimado señor”, porque lo cierto es que no le tengo ninguna estima y mucho menos después de haber estado saqueando a España, a esa España que él considera de su propiedad.
Tampoco podría comenzar con un “Excelentísimo”, porque no me lo parece, ni tampoco con “Ilustrísimo”, porque es una cosa que en su caso dudo bastante. Quizá podría comenzar con un “Simpático”, pero eso no me parece demasiado formal para una carta de reclamación, por eso también he descartado estos comienzos.
Mucho menos comenzar la carta con “Gran juerguista” o “Vividor”, porque, aunque sea cierto, creo que no procede. “Sinvergüenza” podría ser lo más adecuado, dadas las circunstancias y lo que su amante cuenta en la entrevista de la BBC, pero me parece un poco fuerte y yo no quiero caer en el mismo terreno, aunque fuera de un modo eufemístico.
La verdad es que me resultaba muy complicado el comienzo de esa carta en la que le diría que los tiempos del derecho de pernada ya han quedado en el pasado, que ahora las cosas son diferentes y que los reyes no pueden abusar de sus súbditos quedándose con lo que pertenece a todos y no exclusivamente a él, porque esto no es su finca y el pueblo español no es su reserva de esclavos.
Claro que sí, que él ha sido quien facilitó la apertura de España a la Democracia. Aunque años antes, lo recuerdo perfectamente, cuando aún vivía Francisco Franco y él sólo era un aspirante, juró los Principios Fundamentales del Movimiento, lo que eran las bases del franquismo. Luego, obviamente, según lo que se deduce de sus actos, renegó de aquel juramento. Puedo imaginar lo que opinan de esto quienes aún siguen fieles al recuerdo de Franco.
Juan Carlos I de España, en mi opinión, se ha lucido desde el principio, aunque los primeros tiempos de su reinado parecieran muy meritorios. Obviamente, las cosas no serían iguales si España no hubiera dado el paso hacia la Democracia, y eso, de un modo un otro, incluyendo el perjuro del que nadie habla, ha sido bueno para todos o, por lo menos, para la mayoría del pueblo español. Tampoco debemos olvidar el intento de golpe de estado del 23F, en 1981, que aparentemente frenó, aunque sobre eso hay páginas oscuras que la historia ya se encargará de aclarar. Sea como fuere, todos esos méritos que se le atribuyen nunca le han dado ningún derecho a llevarse más dinero del que justamente le correspondía por su cargo, que es el asignado a la Casa Real en los Presupuestos Generales del Estado, sin olvidar otras partidas presupuestarias que anualmente acaban engrosando la partida oficial de la Casa Real, además de poder disfrutar de los privilegios y las prebendas que tienen todos los miembros de la Casa Real Española.
Yo soy tan español como el que más y no quiero un rey emérito que roba y que se ha pasado la vida de juerga en juerga, rodeado de unos colaboradores y amigos que nunca le han dicho lo mal que lo estaba haciendo; qué colaboradores son esos incapaces de asesorarle adecuadamente; qué amigos son esos que no han tenido el valor de decirle las verdades; qué patriotas españoles son esos que se han aprovechado de él y de lo que representa, en vez de defender los intereses de España. Y mientras el Rey Emérito se divertía y abusaba de su posición real, el pueblo aguantaba —y sigue aguantando— problemas de todo tipo. Ningún rey con esas características puede garantizar la unidad de España ni tampoco representarla. España y el pueblo español merecen otra cosa.
Es evidente que la Monarquía española se desmorona igual que la casa de esa imagen que se muestra en la fotografía. De un modo irreversible. Y con semejantes terremotos como los que provoca Juan Carlos I de España, el llamado Rey Emérito, el derrumbe de la Monarquía española se acelera.
Por eso he decidido no escribirle la carta. Espero que algún día, y de un modo absolutamente pacífico, España evolucione hacia una República similar a la de otros países occidentales como Portugal, Francia, Alemania o Italia, por poner algunos ejemplos cercanos. Cuando la persona que ostenta la presidencia en esos países da alguna muestra de abuso, no convence o no resulta del agrado general, o agota el tiempo máximo permitido en el cargo, su propio pueblo lo releva de modo democrático, en las urnas, sin traumas. Estoy convencido de que con una República Española las cosas no irían necesariamente peor que en la actualidad.