Película estrenada en los albores de la llamada Transición, cuya acción transcurre en los últimos años del franquismo.
Ahí Berlanga nos presenta a un industrial catalán, quien paga una cacería, supuestamente sufragada por el antedicho Marqués.
Claro está, la finalidad del catalán es relacionarse con el Ministro de Industria de turno y vender sus porteros electrónicos.
Pués bien, en algún momento de la cinta, el catalán, que paga la fiesta, ve afeada su conducta por el Marqués, quien le reprocha su ingratitud, asegurando que todo el tinglado le cuesta una pequeña fortuna o sus buenos duros.
El industrial catalán, humillado y cabreado, asiente. También tendrá que adaptarse a diversos papeles cortesanos, para cogerle con el paso cambiado una crisis ministerial franquista, que malogra sus propósitos y arroja por el sumidero su esfuerzo inversor en mantener unos parásitos.
Esta evocación cinematográfica me excusa de mayor circunloquio y me permite abrir directamente el siguiente interrogante a modo de conclusión interrogativa, claro está, dicho sea con reiteración y sarcasmo.
¿Será el industrial catalán de La Escopeta Nacional la personificación de Cataluña, a la que se moteja de insolidaria cuando paga la fiesta y a la que se le escamotea el fruto de su esfuerzo?