Esta fotografía está tomada en la calle María Berdiales hace ya varios años y muestra a uno de esos afiladores que recorrían la ciudad anunciando sus servicios. En la Rúa Cervantes, de Vigo había un establecimiento dedicado a cuchillería y vaciado, un tipo de negocio que ha ido desapareciendo con el paso de los años y con los nuevos avances. Había otro similar en la viguesa Praza da Princesa, casi escondido en la esquina del fondo y que lucía en su escaparate una enorme navaja de esas que se dicen de muchos “estralos”.
Con los afiladores ha ocurrido lo mismo. Antaño aún se veía algún afilador por las calles empujando su rueda y tocando el chiflo, ese pito parecido a una flauta de pan que genera un sonido inconfundible. En su mayoría eran de Ourense y los había por todas partes, por los rincones más insospechados de la geografía. Incluso alguien llegó a hacer un chiste cuando el ser humano llegó a la Luna diciendo que cuando el norteamericano Neil Armstrong puso el pie en nuestro satélite ya estaba allí un afilador de Ourense.
La juventud de hoy desconoce la figura del afilador, que iba caminando y ofreciendo sus servicios de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad gritando “¡afilador y paragüero!». Para arreglar paraguas, para parchear tarteras cuando aún no habían llegado los plásticos, y para afilar los cuchillos y las tijeras. Ahora no los conocen porque vivimos en unos tiempos en los que compensa tirar con todo y no arreglarlo, porque dicen que sale más barato.
Lo que tampoco conoce la juventud —y muchas personas adultas— es que el afilador se comunicaban con el resto de sus colegas mediante una jerga ininteligible y enigmática llamada “barallete”, de la que existe un diccionario escrito por el intelectual ourensano Xosé Ramón Fernández Oxea, conocido como Ben-Cho-Shey (1896-1988), publicado en 1969 por la Editorial Castrelos, pero que desgraciadamente está agotado.
A pesar de la modernidad, aún puede verse algún que otro de aquellos artesanos itinerantes tocando el chiflo, que lo conservan como un tesoro, sin embargo, todos ellos han abandonado la típica rueda del afilador, una herramienta que, por cierto, hoy se cotiza como antigüedad. La han cambiado por una motocicleta con una rueda de esmeril que llevan en la parte trasera con una correa conectada al motor para que así sea la máquina, y no el pie, la que la hace girar. ¡Cómo cambian los tiempos! La tecnología se ha llevado aquel encanto de antaño y aquellos trabajadores incansables que presumían de sus orígenes ourensanos por el mundo adelante. Qué tristeza que no sepamos conservar todas esas cosas que ya son historias del pasado, aunque no sean rentables.