Con un paro que ronda el 17% de la población activa, las dificultades para encontrar trabajo o el desgraciado encuentro con un empleo precario que nos amarga la vida sumando a la jornada laboral horas que se pagan con céntimos para comprar la baguette pálida del supermercado, la mayoría de la gente está muy lejos de querer angustiarse pensando en el triste futuro que parece vaticinar el Gobierno cuando pretende incentivar el ahorro a largo plazo, como complemento de la pensión pública o de otros planes vitales.
Sin aludir a estadísticas más o menos rigurosas, los sueldos en España -salvo honrosas excepciones- son un asco o dan justo para vivir, por lo que es un error de bulto pensar que el común de los ciudadanos tiene posibilidades de ahorrar, cuando en muchos casos el mejor amigo de algunos es Cofidis. La economía en general habrá mejorado, pero poco ha repercutido en el bienestar de la gente que, si un mes cuenta con unas perrillas más se hace un euromillón y se da el gusto de salir a cenar con los amigos, en lugar de atesorar para su cartera de valores.
Recomendar el ahorro desde la tribuna de la comodidad y la posición privilegiada es vivir al margen de la realidad y transmite a los ciudadanos una imagen de despreocupación y abandono político, obligando a que nos asomemos a un futuro próximo triste y lleno de carencias. Por eso la gente vive al día o como puede, sin ponerse de acuerdo en si el niño tiene o no tiene los dientes torcidos, para terminar pagando en dos o cinco años el dichoso aparato o financiar las gafas progresivas después de intentar lo imposible con las lentes de farmacia.
El «ahorror» es esa sensación angustiosa de no poder hacer más con la realidad socioeconómica que nos ha tocado vivir porque la política y el poder es absolutamente egoísta, mientras vemos como pasan los años hacia el momento en que nos comamos los mocos con nuestra miseria de pensión o sin ella, lamentando lo poco que vamos a poder hacer también por nuestros hijos. Es un horror y un error del Estado, de todos y cada uno de los gobiernos incapaces de garantizar el éxito de la Seguridad Social y de la hucha de las pensiones con todos los recursos a su alcance, exigir un esfuerzo adicional a quienes les descuenta cada mes en su nómina sin remordimientos y, lo que es más triste, sin resultados.