El doctor Ambrosius y su inocente ayudante Alfred viajaron por Transilvania para confirmar la existencia de los vampiros -inaceptable para sus escépticos colegas de universidad-, y tras haber encontrado indicios y certezas dolorosas de tal realidad, asistieron horrorizados al desenfrenado baile final de no menos de 350 chupasangres en el salón noble del castillo.
Como en el baile, el pasado miércoles en la cámara baja, sus nuevas señorías acudieron en tropel, emocionados, excitados o asustados incluso, como en un primer día de clase. Unos engalanados, emperifollados, repeinados, maqueados, elegantes o elegantes a la par que informales; otros despeinados, con coleta, rastas, informales, informales a la par que elegantes, descuidados, desaliñados o simplemente vestidos por necesidad o mera convención social. Las zapatillas deportivas se atrevieron a mancillar las caras alfombras del Congreso.
Un baturrillo, una danza de variedad, colorida, concurrida, ecléctica, pavorosa, de unos seres que como en la película de vampiros no se deben reflejar en el espejo, puesto que presumen de sus virtudes, pero no pueden ver sus defectos. La costumbre y las fórmulas tradicionales tienen que convivir ahora con un nuevo estilo y ocurrencias originales o gestos de cara a la galería. Como en el baile, unos más histriónicos y llamativos que otros, pero en definitiva todos ávidos por comenzar a “chupar”, que si con buena voluntad se entiende como concepto positivo sería sacarle el jugo o la sustancia a algo que esperemos sean las políticas para garantizar el bienestar de los ciudadanos, ¿no?
Ahora bien, pasado el espectáculo quienes hemos depositado nuestro voto –no necesariamente nuestra confianza- queremos trabajo serio y políticas responsables. Por ejemplo y por encima de las anécdotas -que excitan las opiniones en todas las direcciones- acudir con un bebé a la sesión de investidura, solo puede ir acompañado de la intención firme de garantizar a las familias un verdadero derecho de conciliación, que hoy no existe o del que solo se puede hacer gala en sectores privilegiados.
El baile ha empezado, se busca pareja o incluso hacer el “trenecito”. Las invitaciones para salir a la pista ya han comenzado, pero la gente se hace de rogar o se vende muy caro. Se me hace difícil creer que se conseguirá la armonía final del Baile de los Vampiros, aunque tenemos todos los elementos.