El Bernardo Alfageme es uno de los primeros barcos pesqueros con casco de acero que se construyeron en la ciudad de Vigo. Fue construido en el año 1944 en los astilleros Hijos de J. Barreras, y es el tipo de barco utilizado para la pesca en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX. El barco faenaba en el Gran Sol y al cabo de los años, concretamente en el año 1988, le llegó el retiro y acabó abandonado y hundido en el puerto de Bouzas, a pesar de ser el único de su tipo. El Concello de Vigo, en manos de otras corporaciones municipales, tomó la decisión de restaurarlo como una pieza histórica, pero nunca llegó a concretar su destino final, que quizá hubiera sido más apropiado en el Museo del Mar, de titularidad de la Xunta de Galicia —-no del Concello de Vigo—- y, por cierto, falto de contenidos concretos. Así fueron pasaron los años hasta que la actual corporación municipal tomó, por fin, la decisión de buscarle una ubicación definitiva y digna: la rotonda de Coia. Esa es la verdadera historia del Alfageme.
Sin embargo, este barco también ha llegado al barrio vigués de Coia acompañado de una polémica que ha sido aprovechada por la Xunta de Galicia y por las fuerzas políticas opositoras para atacar al actual alcalde socialista, Abel Caballero, que avanza imparable hacia una mayoría absoluta por la falta de contrincantes políticos a su altura. En realidad, el número de vecinos detractores no es muy elevado, pues los que se manifiestan no pasan de cien, pero el ruido que han metido y siguen metiendo es amplificado por otros intereses que nada tienen que ver con los vecinales.
Cierto que el coste del traslado del barco y su colocación en la rotonda ha sido elevado, pero ese es el precio del embellecimiento de una ciudad que mira al mar. Y el Concello de Vigo, que tiene una economía saneada —-quizá sea el único de España—-, puede llevar a cabo el embellecimiento de esa rotonda de Coia con el Alfageme, un barco histórico que enseguida se convertirá en un atractivo turístico y en un punto de referencia. La mayor demostración del éxito de esta decisión municipal es la enorme expectación que provoca. Tanto los paseantes como las personas que circulan en coche alrededor de la rotonda hacen numerosas fotografías y comentan el acierto de la decisión. Porque, en realidad, es mucho más numeroso el grupo de los partidarios que el de los detractores.
Y también conviene comentar que el compromiso social del Concello de Vigo queda de sobra demostrado con unas medidas de apoyo a los necesitados realizadas de un modo muy eficaz, asimismo, de un modo muy discreto, por motivos obvios; unas acciones sociales que se llevan a cabo para suplir las carencias ocasionadas por el abandono de la Xunta de Galicia con la ciudad de Vigo y su ciudadanía, porque las palabras son una cosa y la realidad es otra bien diferente que cualquiera puede constatar con facilidad.
Nadie puede pretender que las aportaciones de la ciudadanía viguesa con sus impuestos se inviertan íntegramente en acción social; la ciudadanía viguesa es solidaria, en efecto, pero no admitiría la inversión total de sus impuestos en fines sociales, esa es la auténtica realidad. En este sentido, convendría plantearse cuántas personas habrá en la ciudad de Vigo, además de las que viven en el barrio de Coia, que estén sufriendo problemas económicos y laborales y que, por diferentes motivos, desean permanecer en el anonimato sin llamar a las puertas del Concello. El destino de los impuestos municipales, además de la acción social —-que ya se realiza de un modo correcto—-, es el mantenimiento, el embellecimiento y la promoción de la ciudad.
Debe admitirse que el barco Bernardo Alfageme se ha utilizado —-y se sigue utilizando—- como un ariete político contra una gestión municipal sin fisuras que hasta ahora ha conseguido resistir cualquier embate de los adversarios, ya vengan de A Coruña, de la Xunta de Galicia, o de la propia ciudad de Vigo. Porque el mayor drama de la Xunta de Galicia y de la oposición viguesa no es el tener que asumir el barco Alfageme en la rotonda de Coia, sino el tener que asumir la derrota antes de tiempo.