Estoy harto de las personas que no llevan la mascarilla a pesar de ser obligatoria y a pesar de que los médicos dicen que no facilitan certificados que justifiquen el no llevarla. También estoy harto de indicárselo a quienes no la llevan y que me contesten mal o que ignoren mi advertencia, que se pasen por el forro que están poniendo la salud de todos en peligro y que así estaremos cada vez más cerca de otro confinamiento.
Pero lo peor de todo es la impunidad de todas esas personas que pasean su chulería sabiendo que nadie los va a multar, a pesar de lo que diga la ley, seguramente porque las multas nunca resultan populares. Cada día me propongo no complicarme la vida y no reaccionar ante estos casos, pero llega el momento y, sabiendo la trascendencia de esta enorme irresponsabilidad, no puedo quedarme callado. Hay muchas personas que cumplen la normativa, pero lo que comento es algo muy notorio que vemos todos cuando salimos a la calle. Lo más curioso es que en todos los barrios son las mismas personas.
Sin embargo, como digo, nunca pasa nada. En los establecimientos hosteleros y pequeños comercios tienen miedo de perder clientela y tampoco son muy exigentes. Por eso hay muchas personas que tienen miedo a esto que ahora comento y continúan sin salir a la calle. ¿Acaso las autoridades no ven lo mismo que el resto de los ciudadanos? De seguir así las cosas no debiera extrañarnos que pronto tengamos que encerrarnos de nuevo en casa. Y el país terminará por irse a freír puñetas.