El fútbol es quizá el máximo exponente, y así tendemos a relacionar ciudades con clubes, a dejar que la razón salga por la ventana, cuando la pasión por los colores entra por la puerta. Bajo mi punto de vista hay un momento en este país en que se produjo un vuelco en el razonamiento anterior: los clubes deportivos, salvo contadas excepciones, han dejado de ser patrimonio de sus “socios” para convertirse en patrimonio de sus “accionistas” como sociedades anónimas deportivas tras la aprobación de la Ley del Deporte de 1990 que profesionalizó el deporte. Se puede afirmar que son empresas, y como tales deben tratarse, intentando dejar de lado las pasiones para sustituirlas por las razones. El problema surge cuando el dueño del club, como pasa en el caso del Celta en estos momentos, tiene que adoptar una decisión, que entiendo no es de más o menos cariño a la institución, pues “obras son amores, y no buenas razones” (y Mouriño ha demostrado obras), sino que entran dentro del ámbito personal, familiar y empresarial. Seamos claros: al igual que el propietario de una sociedad anónima del sector que sea, le está permitido legalmente por supuesto, y admitido socialmente desde luego, la venta de sus acciones, ¿por qué seguimos viendo como algo ajeno a la legalidad, cuasi como una traición a todo un pueblo, el que se vendan las acciones de un club en el que has invertido? Lo cierto es que nos apropiamos de los sentimientos de pertenencia, parece como que nos arrebataran algo que nos es propio, cuando lo único que cambian son los propietarios. ¿Cuántos presidentes ha tenido el Celta antes del Sr. Mouriño? ¿Ha desaparecido la institución? No, ¿verdad?; ha pasado -como es normal en materia deportiva- por sus altibajos, ahora nos encontramos en una de esas fases muy positivas, aunque también las tuvimos muy malas, y claro parece que al estar en la cresta el daño es mayor, cuando quizá sea más sustancioso el beneficio como ciudad, porque que vengan inversores extranjeros por el Celta puede redundar en que hagan otro tipo de inversiones, que aumente el turismo de ciudadanos de esos países, lo que generará riqueza para todos.
A diario, en las notarías de esta ciudad, se produce la transmisión de acciones y/o participaciones de sociedades, que pasan de unos propietarios a otros sin que evidencie ningún problema, aunque claro son anónimas en la mayoría de los casos, y no irrumpen intereses políticos por el medio. Pero algo debe permanecer inmutable, y es la aplicación del Derecho, y es la única cuestión que debe preocuparnos ¿tiene, o no tiene derecho D. Carlos Mouriño a vender sus acciones en una SAD? La respuesta es que lo tiene, y que solo debe responder ante la Ley y obtener en su caso la autorización el adquirente del Consejo Superior de Deportes conforme señala la L.S.A.D., quien solo lo podrá denegar en determinados supuestos legales. No tiene, evidentemente, que pedírselo al político local de turno, y mucho menos éste debería opinar sobre su gusto respecto del adquirente, pues debemos defender la economía de mercado establecida en el artículo 38 de nuestra Carta Magna. Como firme defensor de nuestro sistema económico y como miembro de un partido de corte liberal la libertad económica es fundamental, y la venta de acciones entra dentro de esa libertad. Además, hay otra alternativa, que entra dentro del mercado de la oferta y la demanda, a los que no guste pueden hacer una contraoferta, e intentar hacerse con el paquete accionarial, pero ni amenazar, ni impedir la transmisión, eso nunca. Muchos negocios se frustran precisamente por las interferencias ajenas, y no es propio de una sociedad moderna que esto acontezca. Si el Sr. Mouriño quiere vender lo va a hacer, y nadie se lo va a poder impedir, salvo que intente dinamitarse con espurias artimañas, lo que no resulta ni democrático ni lógico.
El único punto sobre el que creo si cabe un debate político en la ciudad es el tema del Estadio; pero no la amenaza velada de “ojo, que, si no nos gusta el que adquiera el capital social del Celta SAD, podríamos revisar el convenio de uso del Estadio Municipal de Balaídos” (a sabiendas, bajo mi punto de vista, de que al final se adopten medidas cuando el Club seguirá siendo de la ciudad, representando y defendiendo sus colores).
Eso sí, ha quedado al descubierto una mala planificación por parte del Concello, con su alcalde a la cabeza, del propio Club y del resto de administraciones que se apresuraron a no quedar en “fuera de juego” en la búsqueda del voto, y no entiende de colores políticos. Bajo mi punto de vista al igual que cualquier empresa para desarrollar su actividad tiene una sede: bien sea oficina, nave, fábrica o lo que sea, es evidente que un equipo de futbol profesional necesita de un campo, de un estadio en el que desarrollar su actividad. Opino que lo normal es que en vez de hacer la reforma de Estadio Municipal de Balaídos por partes como se está ejecutando, debió por parte del Celta haberse buscado unos terrenos (como hizo por ejemplo el Atletic Club de Bilbao) donde construir su campo, debió recabar la colaboración de instituciones públicas y privadas, y contar de esta manera con sus propias dependencias, que integrarían parte del activo de la sociedad anónima deportiva como inversión, y que hubieran evitado las molestias a los abonados con el sistema por el que se ha optado de reforma, pero eso suponía adoptar decisiones y el rendimiento electoral sería a más largo plazo.
¿Se debería vender Balaidos al Celta? Evidentemente el Estadio Municipal de Balaidos no debe venderse, pues hay más clubes en la ciudad (como el Coruxo o el Rápido de Bouzas) que podrían necesitarlo en un futuro, y los que aparezcan en los años venideros. Es patrimonio de la ciudad, al servicio de los intereses de ésta, pero no debe ser tampoco motivo de chantaje hacia el Celta.
En este tema debemos dejar la política de lado, abandonar las posiciones maximalistas que solo traerán enfrentamientos en la ciudad, y sustituirlas por el diálogo. Todos queremos la defensa de los intereses de Vigo, y tener un club en lo más alto, y si pueden ser 3 mejor, y en otros deportes también (no todo es fútbol) que lleven el nombre de la ciudad por el mundo como ha hecho el Celta hasta la fecha. Al final como se suele decir “el fútbol es fútbol”, es un deporte, y como tal para el divertimento no para el enfrentamiento. Por cierto, me lo dicta la razón, pero también el corazón con fortaleza como reza nuestro himno celeste, porque creo que los vigueses deseamos que nos represente su noble juego, con valentía y mucho corazón por todo el mundo porque no olvidemos que como cualquiera, el Celta tiene nombre y apellido: Celta de nombre y Vigo como apellido. La ciudad no puede repudiar a nuestro Celta, sean quienes sean sus adquirentes, porque además somos una ciudad de acogida y cosmopolita, y debemos ver una oportunidad y no una amenaza en que salgan novios a tan viguesa institución, máxime cuando en pleno siglo XXI, en la era de la globalización, no se le pueden poner puertas al campo, ni rechazar al “pretendiente” en cuestión sin al menos conocerlo, haberlo tratado y saber sus intenciones, o ¿no?