La Xunta y su expresidente, el Sr. Feijóo, acumulan un debe incalculable con la ciudad de Vigo -recordémoslo-, la primera ciudad de Galicia. La deuda moral es incalculable y la real es difícilmente cuantificable; pero no imposible. Al tiempo.
Las pocas veces que Feijóo hizo acto de aparición en nuestra urbe, lo hizo esquivo, incómodo, con prisas por irse. Es natural; no tenía nada que comprometer, que inaugurar, que anunciar; sencillamente, porque Vigo no entraba en sus planes, venía con las manos vacías y se volvía igual de vacío. Vigo no tiene glamour para Feijóo.
Feijóo justificaba su actitud en que no se entiendía con el alcalde de Vigo. Cuando no estaba Abel Caballero, sino cualquier otro alcalde o alcaldesa, pasaba lo mismo: a Vigo se le ponía la etiqueta de ingobernable para no invertir en ella. Ocurrió con Fraga, con Touriño, con González Laxe, con Fernández Albor…
Pero tengamos muy presente que a Feijóo le daban las cuentas en Galicia porque prescindía de Vigo. Eso sí, ponía delegados de la Xunta, secretarios del partido, candidatos; pero, a la postre, los abandonaba, los dejaba en evidencia, se estrellaban, y luego ponía a otros. En definitiva, un paripé con su propia gente. Es matemático y lamentable.
Feijóo gobernaba para una o dos ciudades, no para toda Galicia. Y es que se le notaban sus favoritismos a leguas. Como se le notaban a Fraga.
El descalabro es tal, que una formación política cualquiera podría confeccionar un programa electoral propio, basándose exclusivamente en las carencias de Vigo en cualquier área provocadas por este señor. Solo en Cultura, la situación es tan escandalosa que podría ser denunciable ante cualquier instancia en todo momento. ¿Y la oposición?
Núñez Feijóo no tiene ni ha tenido nunca un solo proyecto decente para Vigo. Pero no solo él y el PP, ¿no se dan cuenta de que ninguna administración tiene nunca una buena noticia para Vigo? Vigo solo existe para pagar y para ser sacrificada y faltada al respeto. A las quejas, personas como Feijóo les llaman victimismo o localismo. Ultralocalismo es lo que practican ellos en otras ciudades a las que dotan hasta el capricho.
En este sentido, Vigo últimamente ha visto pasar por delante de sus narices un puerto exterior de mil millones de euros y la Ciudad de la Cultura, de 400 millones de euros, y la ciudad no ha dicho ni pío. Pero yo me pregunto: ¿y para Vigo qué?
Para corregir esta situación, las administraciones públicas deben cambiar su perspectiva sobre la ciudad y, concretando, la Xunta, aparte de pedir perdón a Vigo por su prepotencia y abandono constantes, tiene que sustituir su falta de respeto por actuaciones concretas. En este sentido, Feijóo debe aprovechar ahora su influencia para atraer hacia Vigo un proyecto magnífico y emblemático; alguna actuación que produzca el mismo efecto aglutinador que el Guggenheim en Bilbao, porque Vigo necesita cohesión, unión y orden, que no tiene por la indiferencia que suscita al no ser capital de provincia ni de comunidad autónoma. Feijóo debería, por principios, conseguir para Vigo una institución ejemplar y ambiciosísima que relacionara Galicia con Portugal, dada su vocación de urbe transfronteriza. Qué menos. En esta vida hay que saldar las cuentas pendientes, Sr. Feijóo, y a usted nunca le ha gustado conjugar el verbo repartir.
En Vigo la resignación es tal que, teniendo 300 mil habitantes y siendo la metrópolis de Galicia, está tan acostumbrada a la carestía y al olvido, que su máxima ilusión como urbe son unas simples luces de Navidad. Si esto es así, la actual Xunta tiene un muy serio problema, créanme.
Por tanto, expresidente, asuma sus errores y subsánelos. Su eslogan «Galicia, Galicia, Galicia» estaba muy bien; pero olvide su idea de una Galicia sin Vigo, que parece compartir con la oposición, y póngase a trabajar duro desde Madrid por esta bendita tierra, sin exclusiones. Y es que, Sr. Feijóo, sin Vigo, Galicia no furrula. Es imposible.