En las épocas de inicio del curso escolar surgen de un modo recurrente los llamados foros de educación y a mí, en particular, como antiguo profesional de la enseñanza, ya jubilado después de más de treinta años de servicio, me producen repulsión y hartazgo. Hace años he asistido a alguno y mis conclusiones no son, precisamente, positivas. En esos foros se reconoce la importancia de la educación y su influencia en la sociedad del futuro, algo que nadie pone en duda y que todo el mundo comparte, pero esos montajes en realidad no dejan de ser un negocio en el que se vende, como podríamos decir, gaseosas.
Esos foros de educación se anuncian a bombo y platillo con la participación de numerosas personas para tratar los eternos temas que confluyen, básicamente, en la motivación y en los mejores métodos de enseñanza de las distintas materias. Lo que resulta curioso para cualquier profesional de la enseñanza es que los que lo imparten, los que hablan, en la inmensa mayoría de los casos no cogen la tiza para enfrentarse a un público cada vez más desmotivado y al que el sistema aprieta cada vez menos, porque se lo pone cada vez más fácil suprimiéndoles exámenes y bajando los niveles. La realidad de las aulas es muy difícil incluso siendo profesionales vocacionales, como era mi caso.
Estaremos todos de acuerdo, profesorado y personas ajenas a la profesión, que dar clase a un público receptivo y formal —que no es lo habitual— sólo encierra la dificultad de organizar los temas y la transmisión del conocimiento. Porque al alumnado educado y con medios, con una buena actitud, no es difícil darle clase. Lo realmente difícil, que sí es lo habitual, ocurre con el alumnado sin inquietudes y sin medios, dispuesto a hacer la gracia de turno —la gamberrada— y romper la dinámica de la clase para ser la estrella entre sus compañeros, un alumnado que sólo se entretiene con el teléfono móvil, que en muchos casos pertenece a una familia desestructurada y con multitud de problemas en sus vidas familiares, con unos ingresos familiares que no llegan a fin de mes y que no permiten tener internet, ni ordenador, ni tableta. En otras palabras, que la vida real de las aulas no es, en la mayoría de los casos, color de rosa. En ese marco real, las teorías pedagógicas y los consejos de personas ajenas al sistema no ayudan para nada, son un engaño.
El profesorado que se enfrenta diariamente a un alumnado real de secundaria con todo tipo de características personales, sabe que no es fácil. Y los cursos de adaptación pedagógica, que son obligatorios para ejercer la docencia en el sistema público, tampoco valen de mucho cuando se entra por la puerta del aula. La teoría es una cosa y la práctica de la docencia diaria es otra bien distinta. Por eso resulta indignante que en esos cursos de adaptación pedagógica, exigidos para ejercer en enseñanzas medias —insisto, para ejercer en enseñanzas medias—, la mayoría del profesorado que los imparte pertenece a la universidad y no conoce la realidad de esas aulas de enseñanza media, repletas de una juventud variopinta que no está para sermones. Esas teorías de los foros educativos sólo son aceptables en centros en los que existe un alumnado homogéneo en sus motivaciones y con un ambiente familiar estable, que no siempre ocurre salvo en algunos centros privados.
Hablar de educación es bastante fácil y, como se dice en Galicia, “falar non ten cancelas”. Dar clase es algo vocacional y mucho más complejo, sobre todo en enseñanzas medias, cuando las hormonas comienzan a hervir, cuando todo el alumnado está incomodado con el mundo y todos los mayores son sus enemigos, cuando lo verdaderamente importante para ellas y para ellos es ser aceptado por su grupo y, para eso, a veces, es necesario hacer alguna gamberrada como prueba de rebeldía, para ganar puntos ante el resto. El mundo de las enseñanzas medias —incluidas muchas ramas de Formación Profesional— es mucho más complejo del planteamiento ideal de los foros educativos.
A fin de cuentas, los foros de educación, en mi opinión como docente, se componen de frases grandilocuentes y de ideas teóricas muy difíciles de realizar cuando uno entra en una clase real. Pura gaseosa para ingenuos y un buen negocio para algunas empresas y para algunas personas avispadas que ganan dinero y hacen currículum. Un auténtico engaño.