Nada piden a cambio y quienes tanto reciben cuidan y miman a sus canes sin más trastornos que conciliar las horas del paseo y agacharse a recoger lo que su cuerpo no necesita. Y en esta última obligación es donde aparece el peor amigo del perro, ese individuo anónimo -que no representa en absoluto a la mayoría de dueños de canes- que deja tras de sí los restos orgánicos de su mascota para deleite de todos los demás. Un personaje curioso, difícil de clasificar, que podría considerarse un actor de categoría por su profesional disimulo antes de abandonar la escena del crimen; un ciudadano incívico que se arriesga a ser abroncado por un transeúnte cualquiera, que para no sonrojarse huye amedrentado; o un valiente del tres al cuarto, un temerario, que está dispuesto a partirte la cara si le llamas la atención.
Ayer mismo en una calle de Vigo, uno de estos audaces seres humanos llevaba de una mano un mastín y de la otra una niñita de corta edad, cuando interrumpió bruscamente su paseo al notar el tirón del perrito que maniobró trescientos sesenta grados para hacer su deposición. Durante el breve tiempo del acto, el humano –sin saberse objeto de este análisis sociológico- se preocupó por su entorno natural. Miró a un lado, al otro, de arriba abajo, escudriñando las fachadas de los edificios que le rodeaban, oteando el tiempo en general, antes de volver la vista al suelo y dejar atrás abandonada su mierda mientras le sonreía a la niña, tan pequeña que tengo la esperanza –vaga- de que no recuerde semejante ejemplo de educación de su padre.
Solo el perro volvió la vista atrás, como sabiendo que aquello no estaba bien. En su conciencia, en el fondo de esa alma que algunos les niegan, creo que conocía bien las normas de convivencia y de educación que su amo ignoraba, y hasta las ordenanzas municipales correspondientes. Como a casi todos los perros, a éste solo le faltaba hablar, para decirle al mastuerzo que tiraba de su correa “mira que eres cerdo”.
Por desgracia, quien fue testigo de este hecho nada pudo hacer salvo observar, puesto que se hallaba fuera del alcance del gorrino. Pero espera tener la oportunidad de poder entregarle otro día al desconsiderado el cuerpo caliente del delito que, por descuido, de nuevo se volverá a olvidar. A riesgo de un enfrentamiento mayor que la pisada de la caca misma, le recordará que un gran poder conlleva una gran responsabilidad y que el peor amigo del perro y de los que aman a estos animales no es otro que aquel que deja en las calles de nuestra ciudad las muestras de su total desprecio hacia los demás.