Durante los últimos días, Vigo ha parecido respecto al Mundial de fútbol de 2030 algo así como un barco que se iba a pique azotado por las olas de los Medios de Comunicación madrileños.
Los diarios de la capital, probablemente bebiendo de fuentes federativas o estrictamente técnicas -las peores estas últimas, funcionarios fuera de cualquier realidad cotidiana-, situaron a Balaídos fuera de las ciudades sede, al igual que a Valencia, aunque en este caso la motivación fuese radicalmente distinta a la del estadio municipal vigués.
Pero a día de hoy la única fuente fiable, y real, se llama Abel Caballero. La reforma de Balaídos es una de sus apuestas personales. Durante años, políticos de todo signo hablaron y hablaron, crearon comisiones de estudio y encargaron proyectos de reforma o de nueva ubicación. Nada. Por Praza do Rei pasaron cuatro alcaldes (Manuel Pérez, Lois Castrillo, Ventura Pérez Mariño y Corina Porro). Humo. Hasta Caballero. Fin de la palabrería.
El regidor decidió hacerlo por secciones, por gradas. Aunque le guste el fútbol, su naturaleza es de economista. No iba a poner en peligro las cuentas municipales ni por un deporte que le apasiona. Con aliados en otras administraciones o sin ellos, el alcalde ha gestionado esta obra pública a plazos y con la realidad de aforos que Vigo ha demostrado a lo largo de tantos años. La FIFA va por otro camino: grandes coliseos sin importarle la idiosincrasia de cada ciudad o país ni el legado que deje el Mundial. Luego, cada uno a comerse un estadio con solo la mitad de su aforo cubierto en el campeonato doméstico, en una imagen televisada para medio mundo, porque la ciudad carece de capacidad para llenarlo. La FIFA es así: su fútbol, sus reglas.
Con la Federación Internacional marcando sobre el papel un camino, la Española hizo inicialmente lo que se esperaba: cuerda, tiza, informes técnicos y seguir el dictado de Zúrich. Hasta que a la RFEF alguien le ha dicho ‘quieto parado’.
Porque un Mundial, le guste o no al mundo del fútbol, a técnicos estatales y a federativos, es cosa política. Los dineros son públicos, el Gobierno también tiene su opinión… y el alcalde de Vigo pesa. Y mucho.
Caballero ha apostado por una reforma a varios años y se ha mostrado totalmente flexible a ganar aforo con nuevas obras. Su capacidad para maniobrar en Madrid ante Pedro Sánchez viene dada no solo por su gestión económica de la ciudad, sino por el respaldo de la ciudadanía en las urnas. En democracia, los ciudadanos hablan poco, pero cuando lo hacen se nota. Y en Madrid saben del peso de Vigo, que es el del alcalde.
Que la reunión de Agadir haya terminado en indefinición demuestra que Caballero descuelga el teléfono cuando lo tiene que hacer. Vigo, según los medios deportivos capitalinos, era una candidatura muerta. Parece que no.
El alcalde ha gestionado importantes partidas para que Balaídos, el estadio de Vigo, se modernice antes de su propio centenario. Ahora, con la candidatura mundialista, otros municipios se han metido en esa ola con elevados presupuestos -y mucho trabajo por hacer- gracias a grandes alianzas administrativas al pairo del evento, para adecuar sus estadios.
En marzo, en una visita a las pistas de atletismo de Balaídos, Abel Caballero felicitó al resto de candidaturas por sus proyectos, pero también explicó que Vigo había dado muchos pasos adelante sin casi nadie (solo la Diputación) y, ahora que se habla de dineros públicos para las sedes, tocaba el reconocimiento debido. Vamos, que el esfuerzo vigués debía ser compensado en su justa medida.
En el Mundial de España (1982), Galicia tuvo dos sedes (Riazor y Balaídos) y cada uno de los seis grupos disputó la fase clasificatoria en dos ciudades. Nada extraño que puedan convivir de nuevo Riazor y Balaídos. La posición del Gobierno en la reunión de Agadir, a través del Consejo Superior de Deportes, ha quedado clara: deben entrar todas las sedes. La de la FIFA, también: se lavan las manos y que se pongan de acuerdo los tres países candidatos, que es una cuestión interna. Al fin y al cabo, la Internacional ha hecho de las suyas con tres partidos en Sudamérica.
Ahora, el Gobierno de España tendrá que mover ficha y convencer a Portugal y a Marruecos de que Vigo va a seguir en el libro de la candidatura. Luc de Clapiers, marqués de Vauvenargues (siglo XV), dijo que “la paciencia es el arte de esperar”. Eso pasa con la sede viguesa, que ha obviado el ruido generado y, sin alharacas, ha llamado donde tocaba. Al fin y al cabo… ¿alguien recuerda que el alcalde de Vigo se haya rendido alguna vez en sus ya 17 años de mandato? No, ¿verdad? Tampoco yo.