En primer lugar, y antes de nada, hay que decir que cuando surge un problema protocolario, subsanable “in situ”, como era el caso, hay que estar a la altura para arreglarlo. Si no tiene solución en el momento, y muy discretamente, por cierto, son los encargados institucionales del protocolo, de las Instituciones presentes, los que deben hablar entre ellos para analizar dónde estuvo el fallo y solventarlo a futuro. Jamás el cargo debe protestar en público, y menos airadamente.
En este caso, hay que señalar que, efectivamente, hubo un error. Cuando un Ministerio organiza un acto como este, el departamento de protocolo del mismo se pone en contacto con el del Ayuntamiento con el fin de cerrar agendas, actos y demás. Por eso el llegar al acto como se ha llegado intuye ya un proceso viciado de antemano por alguna de los departamentos de protocolo de Ministerio o de Concello. No es lógico asistir a un acto a sabiendas de que no vas a participar, y querer participar después.
La ministra de Fomento, Ana Pastor, intentó arreglar “in situ” la situación para rebajar la tensión, y le ofreció a la Teniente de Alcalde unas monedas para que las metiese en la urna, cosa que Silva rechazó hasta en tres ocasiones seguidas diciendo que “teníamos que estar ahí”, en referencia a que el acto de llenado de la urna, se iba a realizar sin participación municipal. Estuvo mal la Teniente de Alcalde. En su mano tuvo zanjar la polémica posterior. O no quiso o no supo estar a la altura.
Mención aparte merece el acto de Carmela Silva al introducir el diario en la urna por dos razones. La primera, el desaire con el que lo introduce. Enfadada y casi obligada por las, también hay que decirlo, malas formas de la ministra Báñez al entregarle el ejemplar. Ninguna de las dos supo estar a la altura.
Pero la segunda razón ya es más técnica. Introdujo el ejemplar al grito de “en nombre del alcalde de Vigo Abel Caballero”. Al día siguiente, es el propio alcalde el que sube la crítica, al decir que Carmela Silva estaba allí, efectivamente, representando al alcalde de Vigo.
La cuestión es que en España, precedencialmente hablando, sólo dos personas pueden oferer la representación institucional. El primero es el Rey. Por su deseo, puede mandar en su representación a quién quiera. Es habitual que mande a alguien representándole en los actos del Apóstol. A todos los efectos, esa persona representa al Rey.
El segundo caso es el del presidente del Gobierno.Y sólo lo puede hacer mediante publicación previa en el BOE. No obstante, sin necesidad de esa publicación, el artículo 13 de la Ley del Gobierno dice explícitamente lo siguiente: “En los casos de vacante, ausencia o enfermedad, las funciones del Presidente del Gobierno serán asumidas por los Vicepresidentes, de acuerdo con el correspondiente orden de prelación, y, en defecto de ellos, por los Ministros, según el orden de precedencia de los Departamentos”. Es decir, con Rajoy fuera de España, por ejemplo, Soraya asume de facto todas las funciones del Presidente del Gobierno, por Ley, y sucesivamente los ministros en el orden precedencialmente que marca el Real Decreto 2099/1983.
Y se acabó. No hay más. Carmela Silva no puede ir, precedentalmente hablando, en representación de nadie. El artículo 9 del Real Decreto es tajante: “La persona que represente en su cargo a una autoridad superior a la de su propio rango no gozará de la precedencia reconocida a la autoridad que representa y ocupará el lugar que le corresponde por su propio rango, salvo que ostente expresamente la representación de Su Majestad el Rey o el Presidente del Gobierno”.
Por estas y otras muchas razones, existe el protocolo. Por estas y otras muchas razones es necesario el protocolo. Actos como el aquí analizado demuestran primero, que si los profesionales del protocolo hubiesen sido diligentes en su trabajo, y no meros asesores estomacalmente agradecidos, el acto hubiese salido redondo. Y segundo, que en cuestión de protocolo, medallas y honores, sólo protestan los mediocres.