Esta semana tuve la oportunidad de seguir por televisión la segunda etapa de la vuelta ciclista O Gran Camiño, apoyada por el departamento de Turismo de la Xunta de Galicia, entre Tui y A Guarda.
La etapa tenía un final en subida, ya que los corredores debían alcanzar la cima del monte Trega (antes Tecla), que no era un puerto de primera categoría pero podía darle realce al final de la jornada.
Durante la retransmisión de la carrera el canal de televisión mezclaba imágenes de los corredores con otras tomas aéreas de la zona por donde pasaban. Así podíamos ver desde lo alto la belleza de la carretera que corre por la costa desde Baiona hasta A Guarda. Un poco más tarde también se pudieron ver otras tomas desde el helicóptero en las que podíamos apreciar el esplendor de la desembocadura del Miño. Podemos decir que estas imágenes aéreas del sur de nuestra provincia eran realmente bellas, con el océano por un lado y el río Miño por otro.
Esto me recordó la retransmisión del Tour de Francia en pleno mes de julio, que no me suelo perder, pues disfruto con los vaivenes de la carrera y además, con la belleza de los pueblos y la campiña francesa, que son dignos de ver.
Y es que cuando Vd, querido lector, circula por las carreteras de nuestros vecinos puede apreciar lo bien que está pintada la raya en el asfalto, lo rasurada que está la hierba de la cuneta, además del vergel que es el campo francés, sea en la región que sea.
Al paso de los ciclistas por los pequeños pueblos del ‘Hexágono’ podemos ver lo cuidado que están todos ellos, con las construcciones de un tamaño adecuado (todas igual) y con una misma y trabajada estética. Esto se hace aún más notable cuando la carrera atraviesa los pueblos de Bretaña, que viene siendo la Galicia francesa.
Pero hay una clara diferencia entre las imágenes de los ciclistas por las carreteras francesas y las de los corredores por nuestra tierra. Y es que mientras ellos cuidan al máximo el orden y la estética urbanística, nosotros machacamos nuestros paisajes con construcciones que dejan bastante que desear. Y es que en la imagen de O Gran Camiño se pueden ver casas, donde cada una es de un padre, en formas, alturas y colores, por no hablar de cuando se ven nuestras villas que hemos convertido en miniciudades de belleza más que discutible.
Este desoden arquitectónico nuestro recibe el nombre de ‘feísmo’, que parece que no preocupa ni a nuestras administraciones, local y regional, y lo más grave, a nosotros mismos, que disfrutamos haciendo nuestra casa «como nos da la gana», sin pensar nunca en como estamos destrozando el paisaje.
Por cierto, en las imágenes de la subida a la meta se podía ver el monte con eucaliptos de variado tamaño acompañado de claros que en conjunto era, también, un puro desorden.
No es por molestar a nadie pero creo que los gallegos, en esto, nos lo deberíamos hacer mirar.