No puede encontrar el hombre entre sus piernas motivo alguno para denostar o humillar a una mujer, ni utilizarla de ningún modo. Entre sus piernas no está la carga de la razón que infravalora la femineidad, promueve y protege la perpetuidad del “sexo fuerte” en cualquier ámbito, en cualquier lugar.
Lo que hay entre las piernas de los hombres no puede golpear la dignidad que pertenece a las mujeres por naturaleza, no da argumentos ni puede quitar derechos. No es báculo que represente valor sagrado ni cetro que otorgue reino. El peso entre las piernas de los hombres no puede inclinar la balanza hacia la injusticia ni aplastar el orgullo ni callar la voz de las mujeres. Tampoco es excusa de los desequilibrios sangrantes, batuta que dirija sus vidas ni péndulo que reparta su tiempo arbitrariamente.
La desigualdad, la injusticia, el machismo, la violencia o el daño irracional están más arriba y más adentro, en el cerebro o las entrañas de aquellos hombres -y algunas mujeres- que consideran normal la superioridad amoral del macho y en el núcleo de una sociedad -dirigida por muchos de esos hombres- incapaz de transmitir los valores fundamentales del ser humano.
Es imprescindible seguir apretando -con argumentos- entre las piernas de esos hombres, para exprimir el jugo de la igualdad, la justicia, el respeto, la libertad y todos los principios que deben inspirar las relaciones de convivencia entre personas de cualquier condición. Porque los «cojones» no son razones y en este mundo imperfecto sobran motivos para llorar.