Por circunstancias personales, en los últimos años no me he encargado de las tareas del hogar. Me había dedicado muchos años al cuidado de la casa así como a jornadas maratonianas de trabajo como médico en el sistema público.
Desde que abandoné mi rol del cuidadora, mi nivel de actividad intelectual se ha visto incrementado en un 300%. Echando la vista atrás, en aquella vida de facturas, compras en carrito y lavadoras de pijamas blancos, mis ideales, mis valores y mis inquietudes eran exactamente los mismo que ahora. ¿Y por qué no era capaz de producir contenido o defender mis ideas de forma pública? Pues como ya os habréis dado cuenta, porque mi tiempo lo gastaba en un ámbito estrictamente privado donde no hay espacio para pensar en hacer la revolución feminista entre colada y colada.
Mientras millones de mujeres con estudios superiores, capacidad de intelectual elevada e interesadas en mejorar su vida y la de sus hijas, están enterradas en cambios de pañales y biberones, hay señores que siguen escribiendo sesudos artículos progresistas en El País disfrutando del reconocimiento social que tanto ansían.
La mujer que recoge calzoncillos del suelo no tiene tiempo para escribir este artículo y dar voz a aquellas que están atrapadas en la rueda de hámster de cuidar y maternar. Y lo peor es que mientras yo escribo este artículo sentada en una cafetería tomando café, hay otra mujer que pone la lavadora para que yo tenga mi ropa del gimnasio limpia. Y vuelvo reproducir el patrón machista. No dejo de ser una feminista “de salón”. La paradoja de la intelectual feminista: es otra mujer, a la que paga o es parte de su familia la que se encarga de las tareas domésticas.
Después de ver la caída de todo un líder de izquierdas como Íñigo Errejón, un hombre del futuro, el político feminista, progresista comprometido del cuál, sin conocerlo a él personalmente, me atrevería a decir que nunca ha dejado de ir a un mitín o una conferencia por prepararle la cena a su marido cuando volvía de trabajar. Hombres como él que siempre han sido visibles, que se han podido permitir económica y socialmente defender sus ideales ( o los ideales que le convenía defender) en primera plana sin sostener la carga mental de una familia.
Llama la atención que el partido de Errejón nunca haya tenido una mujer que no fuera “satélite” de los machos alfa fundadores en primera línea. Alguien que les haya podido hacer sombra. Se les coló Yolanda Díaz porque venía pisando fuerte de Izquierda Unida. Dejaron a Ione Belarra sola frente a los leones del congreso. Pero cómo pasa siempre con las mujeres en los ámbitos laborales y familiares “nos han dejado hacer”.
Nadie nos tiene que dejar hacer. Tenemos el mismo derecho a liderar como ellos. A tener ideales propios y defenderlos. Y para ello, necesitamos que también los hombres se encarguen de las tareas domésticas. Al igual que es nuestro el deber ejercer puestos de dirección en política, también es el deber de ellos de cambiarle el pañal al abuelo que está encamado.
Lo peor es que la cultura del privilegio no es patrimonio de la extrema derecha en exclusiva. Es un mal endémico que afecta a todos los sectores sociales y a todo tipo de políticas. Una estocada transversal que afecta a todos los hogares por igual y que lentamente nos condena a las mujeres a ser “la novia de” , “la esposa de” o “ la mamá de”. La que dedica toda su esfuerzo mental a mantener limpios y cuidados a las personas que lideraran el mundo.
Creo que hasta que el modelo social no cambie, la política seguirá siendo dirigida por machos alfa que siendo ministros se pasean con chicas que podían ser sus hijas por tiendas caras.
Y para cambiar ese modelo social, tenemos que dinamitar las bases de los cuidados y de las tareas domésticas. Arrancar de raíz la idea de que poner lavadoras es algo que las mujeres hacen porque se les da bien o porque les gusta.
A lo mejor nos gustaría más ser líderes en nuestros respectivos ámbitos laborales, pero nos tienen entretenidas entre montañas de ropa por planchar.
La revolución tiene que hacerse con aliados y hasta que ellos no militen la causa feminista en sus propias casas, el cambio, no será posible.