Vivimos tiempos de crispación en los que las posturas políticas se radicalizan y cada vez que se avecinan elecciones, da igual que sean municipales, autonómicas, generales, al consejo escolar o entre la comunidad de vecinos, hay que tomárselo todo a la tremenda porque si no el espectáculo no está completo y no se le haría el juego a los candidatos de turno.
Y en esta situación es cuando aprovechan su oportunidad las personas con ideales. Pero las que atesoran los válidos, eh, los fetén. El resto de los humanos vivimos equivocados, menos mal que están ellas para guiar a la plebe hacia la luz. Así empieza el proceso de adoctrinamiento en el que esos elegidos explican a sus vecinos, a sus amigos, a su familia, a la pescadera y al butanero cuál es la mejor opción de voto, haciendo hincapié en los puntos súper creíbles del programa electoral a elegir.
Reconoceréis a estos visionarios porque son los que al publicarse los resultados si pierde su partido del alma, vierten una recua de insultos hacia los vencedores, menospreciando al resto de votantes que, por supuesto, carece del criterio excelso con el que los dioses los bendijeron a ellos. Pero si gana su formación preferida, el mundo se convierte en un lugar de luz y de color donde las vacas dan leche merengada, ay que vacas tan saladas.
Son los mismos que te dan lecciones de moralidad si decides no ejercer tu derecho al voto o votar en blanco y te enumeran las consecuencias de tu atrocidad sin que se lo hayas pedido. Y los que defienden las promesas de tal o cual partido por encima de tu opinión y del vínculo personal que os relaciona hasta que con esa actitud deshacen el camino andado.
En la vida hay que elegir. Algunos nos decantamos por las personas, según su comportamiento en el día a día, independientemente de lo que voten. Otros prefieren las promesas de unos desconocidos que ansían el poder, por encima de quienes los tratan como a iguales y no como a súbditos de los que sacar beneficios partidistas, nunca mejor dicho.
Decidir comportarte de una manera o de otra te lo da el sentido común. Y esto gusta poco a quien ilustra sobre conveniencias políticas porque es algo de lo que puede hacer uso la persona más rica del mundo y la más humilde, la más formada y la más analfabeta, una que vive en Kyoto y otra vecina de Oporto. Si lo practicas como forma de vida, no pueden clasificarte como rojo, facha o anarquista y eso es difícil de sobrellevar. Para los guardianes de los ideales, claro.