A las presentaciones de entrenadores suelo acudir con ropa más informal, pero el sentimiento es el mismo que cuando me anudo la corbata. En esos días en los que comienza una nueva etapa, en los que ambas partes proclaman a los cuatro vientos que han encontrado su media naranja y que juntos van a ser terriblemente dichosos, no puedo evitar pensar que nada es eterno, que la desgracia acecha, que el amor se desgasta y que la ilusión se convierte en desespero. Efectivamente, soy un cenizo.
Pues bien, mi desconfianza por lo solemne se vio alimentada este lunes con un acto que no sabría definir: ¿asistí a la antesala de un divorcio o a la renovación de unos votos matrimoniales? Fue algo así como cuando papá y mamá reúnen a sus hijos para decirles que sí, que han tenido ciertas diferencias, pero que todo se va arreglar y que la felicidad se instalará de nuevo en el hogar. Con la salvedad de que allí solo estaba papá y sus palabras no sonaron nada convincentes.
«Cardoso tiene toda nuestra máxima confianza mientras siga con nosotros», dijo este lunes Carlos Mouriño en una rueda de prensa de emergencia. Confirmó que el portugués estará en el banquillo el sábado contra el Sevilla, pero cuando le preguntaron si el técnico seguiría en caso de derrota reconoció que «no puedo hacer ese tipo de compromisos». Pues eso, juntos hasta que el Sevilla nos separe.
Ese Mouriño me recordó al primer Mouriño, al de hace doce años, al que tuvo que capear la primera crisis seria de su mandato. Por aquel entonces el técnico en peligro era Fernando Vázquez. Tras una maratoniana reunión con el consejo de administración, el presidente informó a las dos de la mañana de que el entrenador gallego seguiría y se atrevió a ratificarlo hasta final de temporada. Pero a pesar de esta rotunda declaración, la falta de pericia que aún demostraba ante los medios y posiblemente también el cansancio le hizo pronunciar una perogrullada que no anticipaba nada bueno: «Fernando Vázquez tiene toda nuestra confianza… hasta que la pierda». Y vaya si la perdió: Vázquez acabó destituido y el Celta en Segunda.
Pero a pesar de las similitudes a la hora de ratificar a un técnico, el actual Mouriño se parece poco al de 2007. Ha perdido toda la ingenuidad. Por ejemplo, este lunes cuando fue cuestionado sobre los fichajes y si la confección de la plantilla ha sido la adecuada, el presidente dejó caer su tema estrella: el centro comercial. No pronunció estas dos palabras, pero sí se quejó amargamente de no poder contar con mayores «ingresos atípicos». «No nos dejan crecer» es su mantra y parece que también sirve para tapar una planificación deportiva nefasta.
Y ahora vayamos al meollo del asunto: ¿el Celta debe destituir a Cardoso? No sé ustedes, pero yo no tengo una respuesta clara. Es difícil mantener a un técnico que acumula cinco derrotas consecutivas -más difícil será si el Celta pierde el sábado y sean ya seis-. Sin embargo, es imposible no culpar, al menos en parte, de esta mala racha a la ausencia de Iago Aspas. Muchos estamos convencidos de que cuando regrese el moañés volverá a salir el sol. Si aun así no escampa, quizá llegue el momento de tomar decisiones más drásticas.
Sea como fuere, Cardoso no es el principal culpable de la situación del Celta. De hecho, tuvo que recoger los pedazos de un equipo roto por un argentino despechado que aprovecha la mínima ocasión para mostrar su satisfacción por el hecho de que su exclub no levante el vuelo.
El responsable posiblemente no sea el que se pone el chándal todas las mañanas en A Madroa, sino los que lucen traje bajo la cúpula de Príncipe. Esperemos que nosotros, los que tenemos solo un traje, no nos lo tengamos que poner para asistir a un funeral a final de temporada.